viernes, 23 de agosto de 2013

TELEGRAFISTAS: JOSE MARIA FERRANDO GINER.



La reunión de Pontevedra,  del 2007, me reportó el placer del reencuentro con Ferrando.
Es un hombre callado, serio, tenaz. Nunca se mete en lios, observa, medita y luego lo cuenta maravillosamente. Reme, su mujer, es pequeña, inteligente y divertida. Viven felizmente instalados en Llosa de Ranes, disfrutando de la jubilación después de muchos años de navegación. Cultiva sus naranjos y tiene de un magnífico aspecto y buena salud. Cuando estábamos en la Escuela era como es. Serio, claro, con la retranca que tenemos la gente del campo.
Vino a Pontevedra en coche, con los Vicedo. Vicedo dice que vino llorando de risa todo el camino, con las historias de supervivencia que Ferrando contaba. Conseguí que me contase estas historias que en los límites de la torpeza sintáctica que me caracteriza, intento transmitiros.
En el curso 68/69 Ignacio Delgado y él habían decidido irse a Barcelona, estudiar por oficial en la Escuela de Náutica y buscar trabajos que les permitiesen sobrevivir y asistir a clase. Reme; su novia -hoy su mujer- compartía el esfuerzo y la vida.
José María e Ignacio se levantaban a las siete de la mañana, compraban la Vanguardia y se ponían a buscar empleo, cogían cuarquier cosa, aunque no tuviesen idea de la faena, pues Ignacio, acertadamente, creía que mientras se instalaban, empezaban a trabajar y los despedían, pasaban por los menos tres o cuatro días y aseguraban la comida y la pensión de otros tantos.
El anuncio decía“Se necesita bailarín”
El truco era estar de primeros en la larga cola de demandantes de empleo. El lugar de la cita, un edificio viejo, donde estaba el despacho de la Cadena Ferrer, propietaria del "Mister Dólar", "New York" y "Escarlet", estaba ocupado por una larga cola de posibles bailarines, Ignacio estaba de primero, Ferrando de segundo, Cuando se abrió la puerta del despacho y dijeron que pase el primero, Ignacio le empujó y él quedó dentro, mirando al señor de la mesa.
-¿Sabe usted bailar?
-Si es agarrado...
-¡Admitido!
Se acabó la selección y le pusieron con el que se marchaba para que le enseñase sus funciones.
-“Empezábamos cuando ya había gente y sacaba a bailar a las chicas para que los clientes no fuesen los primeros y se animasen, entonces yo me retiraba y preparábamos para el espectáculo”
- “El otro y yo teníamos un cartel que ponía: Miss Daisy- todas extranjeras- Taburete y palmera. Colocabamos el taburete y la palmera y cuando se iluminaba el escenario la artista se quitaba piezas de ropa. Otro cartel, Brigitte, Teléfono y sofá. Se apagaban las luces, mientras uno recogía la ropa de Miss Daisy, el otro cambiaba el taburete y la palmera por el teléfono y un sofá”.
Iba en estas cuando Reme dijo:
- Estuvo poco tiempo, ¡pero aprendió mucho!.

domingo, 18 de agosto de 2013

AMPARO LLORENS BOTELLA.

En la Escuela de Av. de Francia,13. VALENCIA. Armando Abelleira Quintela, Amparo Llorens  Botella, José del Valle Puig, Vicente Durán y Feliciano Agraso Romero. Todos navegaron en buques españoles.

Era una mujer grande, de piel blanca y ojos claros, con una miopía que le hacía llevar gafas de culo de vaso. Tenía nobleza de rasgos,  bondad en la expresión y el discurso sencillo, pero a veces enigmático cuando se refería a los "sinvergüensas".
Huyendo del infierno monótono que era la casa de mis padres, buscando mundos que quería conocer y no estaban a mi alcance, aterricé en Valencia con una beca de estancia en una escuela de la Sección Naval de Juventudes donde por necesidades de la oligarquía del Régimen formaban telegrafistas. Era un internado donde estábamos unos cuarenta chicos de diversas procedencias geográficas, entre quince y veinticinco años,  de los estratos más bajos de aquella sociedad. Por supuesto, ninguno se declararía pobre entonces.
 Era el curso 67/68 y el desastre que escribe acababa de cumplir dieciseis años. Había descubierto el antifranquismo de la mano de las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera y eso marcó un poco mi estancia en una institución gobernada por gente afecta al régimen.
Amparo estaba de camarera en aquella escuela. Tendría entonces unos cincuenta años y me adoptó. No sé por qué. El otro adoptado era canario, se llamaba Antonio Trujillo Verona, era guapo, mayor que yo, tenía un gracejo especial, muy cariñoso y volvía locas a las chicas.
Yo era conflictivo, un poco chulo, un niñato en toda regla. Pero aún así, Amparo me contó la historia de su vida que cambió la mía, moldeó mi ideología y mi carácter.
Mi madre valenciana era hija de un armador de pesca que tenía dos bous, naciera en el Cabanyal, fue a la escuela y como muchas jóvenes de su época se hizo enfermera de la Cruz Roja donde empezó a trabajar con un médico que pronto la llevó a su consulta privada. Toda su familia, padres y hermanos eran republicanos. Al iniciarse la sublevación y la guerra civil sus hermanos mayores se alistaron y ella acompañó a su Médico a los hospitales de sangre que la República instaló en los frentes de Teruel, Castellón y más tarde en Valencia. 
Tenía novio, que enfermó de tuberculosis y murió poco después de terminada la guerra. Su padre sin poder sacar los barcos a la mar decidió vender la casa del Cabanyal que le pagaron con dinero de la República cuya serie ya había sido anunciada como no canjeable por el Gobierno de Franco, y aunque el comprador lo sabía, el vendedor no.
Terminada la Guerra, con el resultado conocido, el médico para el que trabajara seis años fue internado en un campo de concentración e inhabilitado para el ejercicio profesional. Uno de sus hermanos emigró a Francia, el otro entró a trabajar de chófer con alguien de la nobleza valenciana, lo cual debió de ahorrarle muchos disgustos y explicaciones. A su padre por la significación política le retiraron el cupo de gasóleo, sin el cual sus dos barcos no salieron más a pescar. Se negó a regalarlos a las nuevas autoridades y tuvieron que ver como se pudrían en la playa de la Malvarrosa. Con los pocos recursos que les quedaban compraron una casa de pescadores en Nazaret, en cuyo cine Amparo encontró trabajo de taquillera después de pasar toda la familia todo tipo de penalidades durante tres o cuatro años. El dueño del cine fue el que le proporcionó el trabajo de camarera y limpiadora en la escuela donde nos conocimos.
 Estas historias, escuchadas en su casa durante fines de semana de los dos años que estuve en Valencia, con paellas maravillosas e innumerables cafés replantearon muchas cosas, pero sobre todo fundamentaron mi devoción por la persona y su entorno. Durante treinta años recalé en Valencia solo por verla. Una vez fui y ya no estaba. En la casa me dijeron cuando me identifiqué, que fuese a casa de Pili, que ella tenía algo para mi: Un sobre con mis fotos de la época, con las de casi todos mis compañeros y las de Amparo durante la guerra, puño en alto, y las que algunos malos fotógrafos le fuimos haciendo cada vez que nos encontramos.
Pili dulce y emocionada me dijo que unos días antes de morir haciendo la compra, Amparo le había dado el sobre y le dijo: Los chicos volverán, dáselo al primero que venga.