domingo, 24 de marzo de 2019

EL MUERTO EN PONTEVEDRA






Amancio es un hombre discreto, 58 años,  callado y con puntos divertidos. Me lo recomendaron para que me ayude a vaciar la mierda de tres habitaciones que tres generaciones acumulamos en ellas. Como es un tipo disciplinado y puntual ampliamos el contrato un mes más y nos dedicamos a ser leñadores canadienses. Armados de una motosierra, unas hachas y un remolque prestado, podamos, arrareamos árboles excesivos, cargamos el remolque de ramas y troncos y cuando tenemos un metro cúbico nos vamos a comer o descansar.
El viernes pasado no fue a comer a su restaurante habitual, cambió por aburrimiento, íbamos al tajo cuando empezó a hablar. Intentaré contarlo con sus propias palabras traducidas al castellano, pues habitualmente hablamos en gallego:
"Él.- Cerca de mi mesa había un viejo, estaba comiendo, pero dio cabezadas. Pensé, joder ese viejo se duerme comiendo... De pronto quedó con la cabeza en el plato. Fui, lo agarré por el brazo y no reaccionó. Le toqué el cuello y no tenía pulso. Estaba muerto. La gente empezó a asustarse e irse, enseguida vino el 112, la policía...
Yo.- Me parecen buenas muertes, morir comiendo, follando...
Él.- Pues sí, aún no había comido el postre, pero ya se había zampado el primero y el segundo y no pagó."
Fin de la cita