domingo, 14 de febrero de 2010

"DORADO". Mi último mercante.

Rio Grande do Sul en la actualidad. En 1977 no había tantos rascacielos. Foto: Una página de rascacielos
En Santos, el M/V "Dorado" cargó soja en pelets, que se emplea como pienso, para Río Grande do Sul. El barco ya estaba lleno de mujeres cuando llegué a bordo. No me preocupaba, pues el encargado de suministrar la penicilina era Adolfo Baz, un Capitán que iba de Segundo Oficial, uno de esos gallegos que siendo muy inteligentes van de tímidos y cuando un gilipollas les habla, se cree que les hace un favor. Hace muchos años que no le veo, pero la última vez seguía siendo el tipo legal, valiente y tímido que yo conocí.

Quien no haya conocido la prostitución suele tener ideas proconcebidas. Las prostitutas somos nosotros, somos gente que en un momento u otro somos explotados, engañados o buscamos un medio de vida no siempre agradable. Brasil tiene tantos tópicos que hasta los brasileños se los creen. Las gentes somos iguales no importa donde, el legal es legal y el sinvergüenza lo es sin que influya su procedencia. La cultura o el bienestar son buenos, pero no cambian en principio a las personas.

El "Dorado" tenía un cocinero andaluz, un buen chico que había llegado poco antes que yo. Era buen cocinero y aquel era su primer desempeño marítimo. Me dijo que se sentía muy seguro de estar entre españoles, aunque el barco fuese liberiano.

Se enamoriscó de una de las chicas que invadían el barco y acordaron que ella viajaría a bordo desde Santos a Río Grande do Sul. El buen hombre vino a decírmelo, pues yo estaba encargado de hacer una lista de personas a bordo y entregarla a las autoridades bajo pena de fuertes sanciones. Al parecer, esto era porque varias mujeres habían aparecido muertas. Cada tripulante se responsabilizaba de la mujer que "invitaba" a bordo. Le dije que yo no tenía nada que ver con su invitada, que solo hacía las listas y fue a ver al Capitán. Salió muy satisfecho,

-Ningún problema. El tiempo que quiera. Me dijo al pasar por la telegrafía.

Nada más salir a la mar, el Capitán me ordenó transmitir un telegrama pidiendo a la Compañía el relevo del cocinero por introducir polizones a bordo. Según pude saber el Capitán embarcaba con su propio cocinero y en aquella ocasión no había podido hacerlo. Las razones de esas mayordomías solían ser económicas, no gastronómicas, rara vez sentimentales.

Cada vez que veía al cocinero feliz, haciendo pastelillos para que aquel desalmado los desayunase sorbiendo el café; cada vez que lo veía paseando la inmensa cubierta con su paulista, como un escolar presumido y enamorado, se me caía el alma a los pies.

El quebranto del secreto de las comunicaciones podía suponer una sanción internacional, lo que no dejaba de tener gracia, en países donde la policía abría la correspondencia en las oficinas de Correos. Liberia, España, Brasil no eran países muy delicados con el tema... Así pues con dolor de corazón no avisé al cocinero de la que se le venía encima. No dije nada a nadie. Transmití un telegrama pidiendo mi propio relevo a la Compañía y otro a la International Trade Federation (ITF), una especie de Federación del transporte, explicando algunas otras situaciones a bordo, como obligar a limpiadores y marineros a hacer horas extraordinarias no pagadas, contratos ilegales, contrabando y sobornos, embarque de oficiales sin otra titulación que la amistad con el Capitán o el Jefe de Máquinas, etc.

Cada mes entregaba al Capitán una lista de las comunicaciones dirigidas a la Compañía. Ese mes entregué también el telegrama donde pedía mi relevo. Me exigió entonces todos los telegramas privados. Se los entregué, pero se me traspapeló el de la ITF. El día de salida de Bahía Blanca me encontré el equipo de onda corta, con el que se mantenían la comunicaciones radiotelegráficas y telefónicas de larga distancia (paradójico), fuera de servicio. Después de cinco horas de trabajo descubrí la avería, que claramente era un sabotaje absurdo de alguien que no quería la inutilidad total, sino alegar descontroles de borracho, el saboteador pondría otra válvula, donde había la amputada en tres patillas (con una sería suficiente) Vendría un inspector y diría: aquí todo funciona. Telegrafista borracho. Cada dos horas el Capitán me venía con un telegrama. Lo ponía en un montón de telegramas pendientes de transmitir y le decía que tenía una avería. Con el último antes de cenar se atrevió a decirme:

- No se si usted será la avería.

En la cena me preguntó sarcástico si ya había pasado "sus" telegramas.

- Si señor, todos. Y uno mío informando a la Compañía de que la estación fue saboteada y la cerradura no estaba forzada. Desde hoy comeré con la tripulación.

Solo el Capitán tenía en ese barco llave maestra.

El primer Oficial y el Segundo se levantaron, también habían tenido problemas con la camarilla de D. José y los tres comimos el resto del viaje hasta Rostock con los marineros. En Rostock vino el Jefe de personal de la Compañía. Solo cuando mencionó al cocinero le conté lo que había pasado. Saqué las cuentas y las mostré, estuvo de acuerdo en todo. Al hablar de las horas extras me dijo:

-No debe usted intervenir, podemos garantizárselas. Pero no exagere, usted debe saber que con su salario podemos contratar a tres indúes o paquistaníes con título inglés.

-Ahora mismo,¡ llámelos!.

Ya tenía preparada mi liquidación y mi maleta...

-No puede desembarcar, está usted en la República Democrática Alemana...

-Ya verá que puedo. Iba a salir con la maleta, dispuesto a montar un pollo con la policía del Este, y en la puerta de mi camarote estaban el Primer y Segundo Oficiales, un limpiador y un camarero con sus maletas.

Escoltados por la policía en un microbús para cinco salimos por la frontera y en Endem nos reunimos de nuevo con el Jefe de personal, le dije que la compañía estaba denunciada la ITF, que lamentaba no haber tenido las agallas de haber dicho la verdad al cocinero y verlo desembarcar en Bahía Blanca, humillado, sin saber por qué y tener que hacerle yo la liquidación, obedeciendo órdenes de un cafre que no se había atrevido a comunicarle su despido.

Años más tarde, un marinero me contó que después de descargar el grano, un Radio alemán embarcó en mi lugar y dos pilotos polacos para sustituir a los dos oficiales que sin previo aviso habían desembarcado . En Rotterdam intentaron desembarcar a toda la tripulación, capitán y Jefe incluidos. No pudieron, tuvieron que liquidarles a todos según las retribuciones establecidas por la ITF, el contrato completo, a los que habían desembarcado sin cobrar sus horas, dijeron que estaban ilocalizables y la ITF engrosó sus arcas. La compañía tuvo el barco retenido tres meses en Rotterdam, pues los remolcadores, prácticos y amarradores no lo sacaban, solo con un cambio de nombre, de compañía (mediante una venta ficticia) y de bandera, pudo volver a navegar el "Dorado".

Mi permanencia en el Dorado me dio, además de algunas amistades y bastantes enemistades, la convicción de que la belleza del mar, el gusto por conocer gentes y catar licores queda enturbiado por la incapacidad humana de vivir sin explotar, maltratar o joder en sus diversas formas a quien solo quiere vivir. Es por eso que el día que desembarqué en Rostock decidí no volver a la mercante. Los deshechos humanos somos como algunos seres del bosque, solo podemos sobrevivir divirtiéndonos. A veces hasta trabajamos.

sábado, 6 de febrero de 2010

Liberiano"DORADO". Marinos españoles en el extranjero.

Foto: Tomada por fotógrafo ambulante que luego venía a venderlas a bordo. Es el momento del fondeo en Río Grande do Sul.

Era un bulk-carrier de 68.000 Toneladas, 230 metros de eslora y treinta y cinco de manga. Eran barcos que transportaban carga a granel, este tenía ocho bodegas y entre la número siete y la número ocho tenía una piscina de agua salada de diez por cuatro metros.
Fue el primer barco extranjero en que navegué con tripulación exclusivamente española. Don José, el Capitán, era un aldeano avaricioso, con aires de nuevo rico, inculto y ladrón. Formaba parte de una fauna marítima que yo ya había olvidado. Se rodeó de una cuadrilla de aduladores, que vivían del barco como si fuese una canonjía. La compra de víveres, de combustibles, de repuestos era un negocio lucrativo que la compañía radicada en Endem (Alemania federal) consentía, porque las mermas iban mayoritariamente a cuenta de los tripulantes. El Jefe de Máquinas y el Capitán descontaban el pago de horas extraordinarias a quienes las hacían, abonándole una parte a los más cretinos y aduladores, que no las trabajaban y quedaban muy agradecidos y dejando la otra en las arcas del armador. Mi llegada al barco fue observada con interés.
Embarqué en Santos (Brasil), después de una desgarradora despedida de mi joven esposa y de mi hijo de año y medio. Acababa de comprar un piso, debía dinero y no podía retrasar más mi partida. Una emoción fortísima me invadió durante todo el trayecto entre Vilanova de Arousa y el aeropuerto de Santiago. Fui cagándome en el capitalismo, en la pobreza de mi país, en la exportación de seres humanos desde Santiago a Sao Paulo y mis reflexiones eran cada vez más y más radicales.
No viajaba con maletas. Transportaba mis pocos enseres en una mochila de color naranja con bastidor de aluminio. Los libros los compraba en donde me encontraba, así como alguna ropa. Eso aparte de darme cierta facilidad para la traducción en varios idiomas, contribuía a que mi aspecto fuese como poco, exótico. Opté por hacer el viaje desde Sao Paulo a Santos en autobús y se me pasó la mala hostia. Los naturales son afables, educados y bellos. Desde la estación de autobuses de Santos al muelle había un paseo. Llegué a media mañana con mi mochila y una chilaba del "marchè au puces", que me había regalado una exiliada cultural. Mi barba y mi atuendo llamó la atención de un joven tercer Maquinista, Manolo M.C. que recuerda aquellos días como muy intensos. Según me contó ayer al reencontramos, al verme tuvo un pálpito y dijo: "Este pra mín".
Desde mi punto de vista Manolo era la única persona interesante del "Dorado". Le distinguía un punto teatral y alegre que manifestaba a bordo y en actividades culturales como borracheras, cabarets y prostíbulos, que tanto contribuyeron a nuestra formación como deshechos humanos.
Llegamos a Bahía Blanca (Argentina), donde casualmente Marco encontró a su mamá, cuando unos militares patrióticos dieron un golpe de Estado, retirando del poder a los también patrióticos Isabelita Perón y su gurú. Mi aspecto y mi acento hacían que personas normalmente discretas se explayasen conmigo. El del kiosko de la prensa, un viejo gallego, me dijo: Estos hijos de puta están matando a lo mejor de nuestra juventud. El camarero que me sirvió en el restaurante era un profesor de la Universidad del Río de la Plata escondido. Ya habían ido a buscarle a su casa, días después de que su esposa, sus hijos y él, cada uno por su lado buscasen refugio al amparo de amistades familiares. Espero que el joven profesor no esté en las listas de desaparecidos. Era divertido y encantador hasta en la desgracia. Cuando ya no había nadie en el local y me contaba su reciente fuga, le pedí la cuenta para invitarle a tomar algo fuera, lo que por seguridad declinó.
-Y, ¿ Cuanto te debo?
-Un botón de tu saco.
Con el cuchillo del asado corté un botón y se lo entregué.
Al día siguiente volví a cenar al mismo lugar con alguien del barco, tal vez Manolo o Miguelito, otro joven maquinista muy agradable.
En su trajín, el camarero guiñándome un ojo saco la billetera y en ella llevaba prendido mi botón.
Una noche salí con Manolo de copas y acabamos en un cabaré. Todo el mundo fue muy amable. Yo estaba anticapitalista e hice aviones con el dinero que llevaba encima. Manolo había desaparecido y pedí a un camarero ya mayor que me ofreciese su brazo para apoyar mi juventud destrozada.
-Como no, señor. Me dijo.
Me apoyé en su brazo hasta la salida y busqué un lugar limpio de la acera para meditar una hora. Me levanté de mi meditación y todavía algo aturdido caminé en la dirección que suponía el mar, que allí me oriento.
Un vehículo con un hombre y dos mujeres paró a mi lado.
- Disculpe, ¿estabas vos en el cabaré? ¿Querés que te llevemos a algún lado?.
Subí, les dí las gracias y me llevaron al muelle donde cargábamos 60.000 Toneladas de trigo.
Hubo un incidente con los militares que rodeaban el muelle y el hombre me deslizó una tarjeta en el bolsillo, su nombre y un teléfono. Al día siguiente les llamé para darles las gracias y comprobar que estaban bien. Cuando los militares me escoltaron al barco la cosa pintaba mal para ellos. Estaban siendo cacheados.
Al día siguiente Manolo y yo nos contábamos nuestras aventuras en una merienda campestre. Esto era poner un mantel de cuadros en el suelo de mi camarote y ponerse ciego a whiskys. A veces no había mantel. Whisky siempre.
Manolo había tenido bronca esa mañana con el Capitán que con los nueve meses de contrato vencidos, pretendía no desembarcarlo hasta llegar a Europa. Él quería pasarse por Buenos Aires para visitar a unos socios de su padre. Amenazaba con sufrir una crisis nerviosa si no desembarcaba. Estaba contándolo cuando llamaron a la puerta.
-¡Adelante!.
Entró el Capitán. Venía con documentación para que hiciese la liquidación de Manolo. Cuando acabó de explicarme los particulares, de pie apoyándonos en el escritorio, se volvió a Manolo que seguía sentado en el suelo. La botella de Johny Walker negra y los vasos con hielo sobre el mantelito de cuadros ante él:
- Le veo bien, yo estaba a punto de pedir que lo evacuasen en ambulancia....
- Mire Capitán: Cada un fai uso dos medios que ten o seu alcance!*. *Cada uno hace uso de los medios que tiene a su alcance. (Original Galician)
Dijo, levantando el vaso, como si brindase....

martes, 2 de febrero de 2010

FAROS DE CIES. El Personal.

Foto: Vivir Galicia


Poldo.- Leopoldo Costas Gómez.- Cuando empecé a escribir estas historias, escarbé en la memoria y lo busqué en la guía. Ya no sale. Lo busqué en San Google y me salió su esquela. Murió de cáncer en septiembre. Es lo que tiene ser un desastre, nunca te da tiempo a dar las gracias a los amigos. Se las dí a su hija.

Era Diciembre (de 1982?). Habíamos terminado de montar las chapas de la cúpula del faro, amarrándolas para que los pesados sectores esféricos de cobre no saliesen volando. Los cristales curvos de la linterna estaban colocados y solo nos quedaba el forro interior. En los días de navidad nos acercábamos con el balizador "Rías Bajas" a las islas para ir montando los forros.

Foto: izquierda el que suscribe, Pepe García Carro (Mecánico de Faros) . Miguel Pérez Gómez (Patrón del Buque Balizador "Rias Bajas"). Leopoldo Costas Gómez (Conductor, excelente mecánico y ayuda inestimable).
Julio Vilches Peña, Torrero en el Faro de Sálvora, vino acompañado de una valiente barcelonesa, Montse, y decidieron aventurarse a las islas en invierno. Recorrieron la Illa do Medio, su castro pre-romano, el Faro de Freu da Porta, o del Príncipe, la playa del Chuco y las dos pequeñas calas cubiertas de basura, que un incendio posterior disimuló. Mientras; Pepe, Leopoldo y yo montábamos en un ejercicio circense los forros interiores de la cúpula. El único sitio donde se podía estar era la linterna del Faro. En cualquier otro sitio un norte helador te dejaba tieso. Cuando Julio y Montse llegaron, atrancamos las puertas y subimos a comer a la linterna. Sus 2,25 m. de diámetro y el espacio de la escalera de acceso, nos hacían estar muy apretados. la comida estaba en sus tarteras al lado de la trampa. Sentados en el suelo, con el sol de los curvos cristales de la linterna hacía una temperatura muy agradable, Julio se movió y Leopoldo bramó:
-¡Oiga! que se está sentando en el turrón blando.
El aviso sonó como una alerta de naufragio. Julio, con su voz dulce de confesor, y con la calma que solo viene de la filosofía, en tono tenue, muy dulce, sentado sobre el turrón contestó:
-Lo siento, pero en todo caso es un asiento de lujo ¿No cree usted?.

La creación de los Servicios de Costas y una brutal reconversión industrial hicieron que al balizamiento entrase sangre nueva. Contratos de un mes para obreros del INEM. Las características del trabajo imponían una doble aceptación. Y la gente no se jugaba la vida para ganar lo mismo que en el paro y con menos categoría laboral que en su último empleo. Al final vino gente encontrada por los bares que era más divertida que los parados al uso. Cuando los vio Pepe García me miró con pena y dijo:
-No se preocupe, aunque jubilado seguiré viniendo por el almacén. Le contesté que siempre sería bienvenido, pero que no era la cuestión.

Cada uno de los nuevos peones era una novela en si mismo.

El Canario.- No pongo su nombre pues no tuve tiempo de pedirle permiso para mencionarlo. Lo había conocido como Marinero de Segunda en el "Santa Ursula", un carguero de Singapur. Se hizo famoso a bordo por los desastres que provocaba cuando pasaba por un trabajo. Buscaba disculpas para un anticipo, para no aparecer por el barco...Era el único del barco que no hablaba gallego ni inglés, incluyo en el colectivo a los oficiales polacos, al Capitán alemán, a dos oficiales negros de Ghana, que decían que eran de Aguiño (Ajiño), o Portonovo, o Canjas según se terciase.
Cuando empezó a trabajar en el Servicio, me acompañaba a las visitas a las balizas de los muelles. Observé que algunos guardamuelles se reían cuando pasábamos. Un día no pude más y me acerqué al guardamuelles al que conocía y se descojonaba de risa:

-¿Que coño pasa?, que siempre que os veo estáis riendo...
-Es el que va con usted. Que el invierno pasado lo sacamos del agua, a él y a la parienta...
-¡Ah!, creí que era por otra cosa...

De vuelta al Land-Rover.
-Canario, explícame lo de bañarse en el muelle...
-Pues que cuando empezaba a salir con esta, vinimos aquí a la escollera, con el triquitraca debimos sacarle la marcha, porque el seiscientos no tenía freno de mano y se fue hacia atrás. Yo salí del coche desde dos metros de fondo, pero era noche y no la veía, los pescadores avisaron a los guardamuelles y cuando bajé la saqué por el abrigo de piel, que era lo único que llevaba puesto.
Se casó con ella. Un día me llamó furiosa a casa (faro):
-Así que dejas abandonado en una baliza toda la noche al pobre Canario y ni siquiera te tomas la molestia de avisarme, si hay mal tiempo y no lo podeis embarcar, lo menos es avisar.

-Perdona fulanita, pero perdí la agenda e intenté localizar tu casa y no encontré el portal.
Nunca me volvió a hablar con simpatía. Espero que no me lea.

Marcial.- Cuando Poldo se jubiló me mandaron a Marcial, estuvo un año conmigo. (3er. Grado)

-Mera, acaba de arreglar ese faro de una puta vez que son las seis, tengo que estar en la Avenida de Madrid (Cárcel) a las ocho y aún tengo que llevar a las mujeres a trabajar a Porriño, para que abran el bar...
-¿Tienes un bar?
-Una barra americana.
-¡Joder! Pero eso es muy feo, hombre. Tener que mantener a raya a los empleados/as y currar a empleados y clientes cuando se pasan, es un horror...
-Pues es la ilusión de mi vida ¡Tener una barra americana!
Foto: Pedro y el Mera en pose. Almacén del Arenal en Vigo.

 Pedro.- Nació sin paladar y con labio leporino. El día que le pregunté como se llamaba respondió:
-Io fzoy Pfedro, pvero me iaman el Malhablado.

Moro.- Empezó porque cuando Joaquín el dueño del burro Feliciano se fue a la Mili y el que le sustituyó se fue a pescar a la Malvinas, no tenía el Servicio locos con la suficiente determinación para saltar a una boya con mal tiempo. Una mañana de domingo estaba en Cíes, en el muelle del Estado, con el balandro. Dos niños y un gigante barbudo en el muelle.
-Mira , ¡Un pulpo!, dice un niño, señalando.

Foto: El Moro con el Cid, Venía a casa a buscar compañía. El del anorak azul debo ser yo.

El gigante barbudo da un salto de cuatro metros de muelle, bucea cinco hasta el fondo y sale con un pulpo de tres kilos en la mano.
-¿En que curras?
-Tengo un taller de metacrilato, pero voy a cerrar, que me va mal...
-¿Quieres trabajar en los faros?
Sigue allí. Tenía un cuerpo proporcionado a su capacidad de comer y de beber. Un aljibe. Las chichas empezaban a salirle por la banda.
Pedro: Oye, Moro, con tu cuerpo y con mi cara...

Moro:¡ Hacíamos un monstruo cojonudo!.

Todos los días había un motivo de risa, el servicio funcionaba correctamente, los tres que no tenían carné de conducir lo sacaron, pagando las clases con dinero de una venta de chatarra del servicio. Al Estado le vino bien, dos están conduciendo vehículos oficiales con diversos jerifaltes y lo más curioso, nunca nos pasó nada.