A simple vista el vecino parecía el mismo. El andar pausado, los ojos brillantes. Cuando uno se fijaba en su cara algunas venas estaban más hinchadas, los ojos un poco más abiertos de lo normal y la pupila algo dilatada.
Hace tres días lo despidieron, le dijeron lo de los malos tiempos, lo de que contaban con él para una próxima iniciativa, que sería exitosa.
Con la venta del portátil, del reloj de procedencia dudosa que le había regalado su primo yonqui y la chupa de cuero que había adquirido cuando se dejara coleta para comprarse una moto, había conseguido unos billetes que no le daban para pagar el alquiler.
El "sudaca" del ciber le miró desconfiado cuando apareció una orden de impresión de mil copias. Se tranquilizó al ver que sacaba de los vaqueros un puñado de billetes arrugados. Cargó rápidamente papel en la impresora.
El panfleto decía en términos poco correctos que harto de pagar las deudas de los bancos, los vicios y corruptelas de la Iglesia Católica, las facturas de agua y basura que sufragaban campañas electorales y casas de munícipes, los sueldos de inserción de delincuentes que lo único que insertaban era una chuta, o la papelina desde el ventanuco en la vara del comprador. Que se echaba a la calle. Que se iban a enterar, aunque le mandasen a la Leire Pajón con una propuesta innovadora a la cubana.
Pegó unos cuantos panfletos en los tablones de anuncios del Ayuntamiento, los policías locales le miraron indiferentes, creyeron que era de algún sindicato. Fue a la Delegación del Gobierno, el conserje le conocía de las copas en el "Factory", el puticlub de casa.
-Coño, ¿que haces por aquí?
-Vengo a dejar unos panfletos en el tablón de anuncios de personal y en el del público.
-Ah. Allí a la derecha, la cerradura no funciona. Chao, gracias.
Fue a la Delegación de Hacienda y dejó dos por planta. En los juzgados puso uno en el Registro Civil. Allí el policía le paró porque no pitó el detector. "No tengo móvil y dejé las llaves en casa". Pase, pase. Fue subiendo planta por planta y dejando su panfleto en la corchera, entre subastas de casas y requerimientos. Alguno se fué a la papelera para dejar espacio y una chincheta libre. En el Juzgado de lo Mercantil nº 3, solo estaba una gorda, tenía una cara linda pero la obesidad mórbida la dejó con excesos por todos lados. Fue como si se oliesen. Llevaba pensando toda la mañana en ello, el calorcillo al apretar los muslos ante el teclado la había dejado ligeramente arrebolada. Vengo a dejar un panfleto... Lo empujó al archivo, "la maldita grasa, lo tapa todo, pero es muy tierna". La mano de ella frotó lo que un espasmo había dejado en puertas, buscando lugares sensibles. Mientras, él ya pensaba donde ir. Salieron juntos, ella quiso decir: ¡espera!, pero él ya estaba corriendo bajo la tormenta de agosto, tapando sus panfletos en la bolsa de plástico.
Pegó panfletos en cada iglesia de la ciudad, en la entrada y en el lateral de los confesionarios.
Se fue al albergue, allí había dos jóvenes de Senegal. "Salam-aleicum", "Salam". En el suelo alfombras, orientadas al levante-poniente, encima de las taquillas versiones del Corán, papeles enrollados con las Suras y algunos escritos en árabe a modo de pancartas en la parte más alta de las paredes.
-¿Nadie más, aquí?
- Hermanos ir a dinero para causa.
- Sois gilipollas, este es el peligro.
Arrancó las pancartas, tiró al suelo los coranes y todos los papeles que encontró, los pisoteó y no encontró un mechero con que plantarles fuego. Los jóvenes aterrados decían: "Blaspheme, blaspheme".
Al caer la noche, vio grupos de mulsulmanes de todas las etnias cerca de lo que había sido su casa. Pensó que debía armarse.
Iba mirando por las obras de la reposición anual de alumbrado público buscando un hierro suelto. Esta vez encontró un mechero Bic vacio.
Se fue al "Factory", el policía que hacía de guardián de noche a cambio de algún polvito de madrugada y cien euros estaba armado. Dormía a pierna suelta con la ventanilla de su coche abierta y pesadillas de agosto. Le puso el Bic en la sien, por lo metálico, muy bajito:
-Nin te movas, gilipollas. La mano izquierda cogió del regazo funda, pistola y cargador de repuesto, quitó el seguro y salió corriendo pistola en mano.
Fue entonces cuando desperté y el principio de una gran amistad.
Hace tres días lo despidieron, le dijeron lo de los malos tiempos, lo de que contaban con él para una próxima iniciativa, que sería exitosa.
Con la venta del portátil, del reloj de procedencia dudosa que le había regalado su primo yonqui y la chupa de cuero que había adquirido cuando se dejara coleta para comprarse una moto, había conseguido unos billetes que no le daban para pagar el alquiler.
El "sudaca" del ciber le miró desconfiado cuando apareció una orden de impresión de mil copias. Se tranquilizó al ver que sacaba de los vaqueros un puñado de billetes arrugados. Cargó rápidamente papel en la impresora.
El panfleto decía en términos poco correctos que harto de pagar las deudas de los bancos, los vicios y corruptelas de la Iglesia Católica, las facturas de agua y basura que sufragaban campañas electorales y casas de munícipes, los sueldos de inserción de delincuentes que lo único que insertaban era una chuta, o la papelina desde el ventanuco en la vara del comprador. Que se echaba a la calle. Que se iban a enterar, aunque le mandasen a la Leire Pajón con una propuesta innovadora a la cubana.
Pegó unos cuantos panfletos en los tablones de anuncios del Ayuntamiento, los policías locales le miraron indiferentes, creyeron que era de algún sindicato. Fue a la Delegación del Gobierno, el conserje le conocía de las copas en el "Factory", el puticlub de casa.
-Coño, ¿que haces por aquí?
-Vengo a dejar unos panfletos en el tablón de anuncios de personal y en el del público.
-Ah. Allí a la derecha, la cerradura no funciona. Chao, gracias.
Fue a la Delegación de Hacienda y dejó dos por planta. En los juzgados puso uno en el Registro Civil. Allí el policía le paró porque no pitó el detector. "No tengo móvil y dejé las llaves en casa". Pase, pase. Fue subiendo planta por planta y dejando su panfleto en la corchera, entre subastas de casas y requerimientos. Alguno se fué a la papelera para dejar espacio y una chincheta libre. En el Juzgado de lo Mercantil nº 3, solo estaba una gorda, tenía una cara linda pero la obesidad mórbida la dejó con excesos por todos lados. Fue como si se oliesen. Llevaba pensando toda la mañana en ello, el calorcillo al apretar los muslos ante el teclado la había dejado ligeramente arrebolada. Vengo a dejar un panfleto... Lo empujó al archivo, "la maldita grasa, lo tapa todo, pero es muy tierna". La mano de ella frotó lo que un espasmo había dejado en puertas, buscando lugares sensibles. Mientras, él ya pensaba donde ir. Salieron juntos, ella quiso decir: ¡espera!, pero él ya estaba corriendo bajo la tormenta de agosto, tapando sus panfletos en la bolsa de plástico.
Pegó panfletos en cada iglesia de la ciudad, en la entrada y en el lateral de los confesionarios.
Se fue al albergue, allí había dos jóvenes de Senegal. "Salam-aleicum", "Salam". En el suelo alfombras, orientadas al levante-poniente, encima de las taquillas versiones del Corán, papeles enrollados con las Suras y algunos escritos en árabe a modo de pancartas en la parte más alta de las paredes.
-¿Nadie más, aquí?
- Hermanos ir a dinero para causa.
- Sois gilipollas, este es el peligro.
Arrancó las pancartas, tiró al suelo los coranes y todos los papeles que encontró, los pisoteó y no encontró un mechero con que plantarles fuego. Los jóvenes aterrados decían: "Blaspheme, blaspheme".
Al caer la noche, vio grupos de mulsulmanes de todas las etnias cerca de lo que había sido su casa. Pensó que debía armarse.
Iba mirando por las obras de la reposición anual de alumbrado público buscando un hierro suelto. Esta vez encontró un mechero Bic vacio.
Se fue al "Factory", el policía que hacía de guardián de noche a cambio de algún polvito de madrugada y cien euros estaba armado. Dormía a pierna suelta con la ventanilla de su coche abierta y pesadillas de agosto. Le puso el Bic en la sien, por lo metálico, muy bajito:
-Nin te movas, gilipollas. La mano izquierda cogió del regazo funda, pistola y cargador de repuesto, quitó el seguro y salió corriendo pistola en mano.
Fue entonces cuando desperté y el principio de una gran amistad.
¡Menudo sueño! Estos son los que hay quellevar al cine.
ResponderEliminarÉxito seguro de Taquilla.
Un saludo.
¡¡Hola, Jose!! Qué ilusión me hizo escucharte... Te escribo a tu email uno de estos días y te mando alguna foto mía y de mi hijo para que nos veas.
ResponderEliminarBesazos fuertes para los dos
Piluca
Maki.- ¿Un éxito de taquilla es un taquillazo?
ResponderEliminarPiluca.- Siempre te recordamos con cariño, os deseamos lo mejor y las puertas están siempre abiertas. Un beso.