martes, 25 de octubre de 2011

Alzheimer I.


He tardado en decidirme a escribir esto. Aunque no he sido nunca muy apegado a a la familia, ni soy un tipo especialmente amoroso, mi madre siempre tuvo devoción por mi, tal vez porque soy su único hijo, y tal vez porque esta devoción no impide la especial que siempre tuvo por si misma. Escribir esta historia se hace doloroso. Desde hace unos diez años las vecinas y las amigas me avisaban de que tenía demencia, que caía en lugares públicos como la frutería, la iglesia o la calle, que contaba historias que en nada se parecían a la realidad. No hice caso de lo que me parecían cotilleos. Pero empecé a fijarme, comida escondida en su casa, fruta podrida, venenos contra los insectos y raticidas al lado de la harina, dinero escondido en lugares inverosímiles, aseo personal deficiente, compras de productos repetidas y excesivas... Yo no era yo, un cafre reconocido, era según su versión un ilustre matemático. Trataré de escupir esto como si no me afectase.
El dolor de descubrir los secretos de los armarios: Cientos de sobres con medias "de cristal" nuevas, usadas, enrolladas, rotas, enteras. Los sobres de las medias ocupan una esquina del armario con un metro de altura. Ratones en la cocina, momificados sobre una madera con pegamento. Cientos de cajas de medicamentos. Se levantaba la pobre y a mi pregunta de si iba a pasear respondía que iba a mirarse la tensión que la tenía por los suelos. Se iba a atención primaria y pedía cita, en la cola se encontraba con una comadre, se relataban sus males.
- Pues a mi D. Gumersindo me dio unas pastillas que me van muy bien.
-Mira, pues dame el cartón del envase para que me las recete a mi...
-¡Toma!
Mi madre, bien provista de cartoncitos de sus propios medicamentos introducía el de la comadre de la silla de al lado en el paquete. La enfermera, auxiliar o lo que fuese pasaba: ¡Recetas para D. Gumersindo!. Yo, yo, yo. Volvía a casa con una bolsa de medicamentos, los ponía en una estantería donde convivían pacíficamente con ZZ para las hormigas, tubos de pegamento raticida, cebos raticidas en sobre, y unos cuantos cientos de los mismos medicamentos que devotamente tomaba cada comida. La decisión de traerla a nuestra casa fue instantánea al ver que tomaba una pastilla para subir la tensión y otra para bajarla. Y alguna que otra contraindicación menor, como no lavarse, pintarse y largarse un chorro de perfume en la cabeza que dejó de lavarse pero teñía puntualmente cada semana de luto riguroso. Dos veces a la semana iba a la peluquera a que le hiciese un casco negro con el pelo, le vendía productos milagro anticaída y volvía a casa después de comprar unas cuantas pastillas de jabón de tocador LUX, que no usaba, un kilo o dos de manzanas, un pollo que quedaba en la nevera.
Me daba una pereza enorme - de la que hoy me siento culpable- intervenir en su vida, pero es la única madre que tengo y me fui a ver al médico. Llevé las pastillas de doble efecto y sus correspondientes recetas.
-Doctor, ¿mi madre es hipertensa?.
-Ligeramente.
-Entonces, ¿ por qué le receta Usted una pastilla para subir la tensión y otra para bajarla?. Dije, mostrándole las copias de las recetas.
-¡Joder!, ya me la volvió a meter, vienen con los cartoncitos, tengo cuatro minutos por paciente y escribirle seis o siete recetas a cada uno...
-Ya sé y ella le pide el cartón a la... y continúe el relato mirándole fijamente...
Después de esta entrevista llegué a conclusiones:
-Que los viejos son un buen negocio: Para los mercaderes, para las farmacias y sus industrias proveedoras, para los gerentes de los sistemas de salud, para los más ineptos de sus hijos...
-Que los más próximos confundimos la demencia del Alzheimer con las rarezas propias de las personas, agravadas por la edad.
-Que mi madre es inmortal.
Aviso: El nombre del médico no es real. Lo cambié ahora mismo no vayamos a joderla. En el próximo capítulo iré contando los procesos legales, la atención recibida por parte de la Consellería de asuntos sociales y otros de vuestro interés por si llegáis a viejos. Por mi parte, he decidido fumar más.

8 comentarios:

  1. No sabía esa historia, Jose. Cuando yo conocí a tu mamá, aparentemente estaba muy bien. Pensé que se había enfermado luego de que yo estuve. Al leer esta historia pienso en mi hijo y en mí. El, como vos, también es único. Me alegra que te hayas decidido a compartirla a pesar de lo doloroso de la tarea. Besos para todos,

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  2. Jopé Jose,

    A peasr de lo serio del tema, me alegro que lo hayas escrito y me hayas hecho comprende3r, todavía un pocom ás, las realidades de mi mamá ahora mismo.
    Nada, que a disfrutarla todo lo que pueda, mientras se pueda.
    ANIMO loco! como me lo doy a mí misma.
    Purita dos mecos

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  3. Hace falta mucha energia para lidiar con eso, para aceptar, consolar y cuidar

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  4. Muy valiente . Porque de esos temas la gente se escaquea.

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  5. Bueeno, bueeeno... Qué decirte, amigo Mera...
    He vivido, y vivo, algo parecido con una persona cercana, aunque no directamente familiar, y he de reconocer que los temas de la cabeza se me escapan.
    Pero da miedo pensar que estamos en manos de una administración sanitaria que dedica seis o cuatro minutos por paciente prácticamente sólo para firmar recetas de medicamentos sin ton ni son.

    A pesar de que los casos de demencias seniles y el alzheimer están aumentando alarmantemente, sin duda porque nuestras cabezas no están preparadas para ese alardeado "éxito médico" que es el aumento de la longevidad, el sistema sanitario está en pañales. Aunque afortunadamente se le va prestando más atención al problema.
    En fin, sólo desearte paciencia, paciencia y paciencia.
    Un fuerte abrazo.

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  6. Änimo.Es duro. Cuida a quien la cuide. Si eres tu exige que te cuidemos. Abrazos.

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  7. Conocí a un señor ya entrado en años ue padecía esta enfermedad, padre de un amigo, no me toco ver la progresión de la enfermedad, el siempre evito hablar del tema, pero en la mirada se leía el sufrimiento, gracias por compartir....

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