Éramos de aquellos amores fijos discontinuos, Marijota era una una joven tierna y saludable como una manzana temprana. Dejó el magisterio sin hacer las oposiciones para dedicarse al teatro. Viajaba a cursos, festivales y alguna gira con la modesta compañía en que trabajaba. A la vuelta de un viaje a Pamplona me llamó para preguntar si podía pasar la noche en el faro, contesté que mi cama la estaba esperando o burrada similar.
En los ochenta nos lo contábamos todo, el receptor solía poner cara de póquer y hacer pocos comentarios, estaba muy mal visto interferir en la intimidad del amante.
Mientras desayunábamos me dijo que había conocido a un chico, que era un amor y quería empezar una nueva vida. En principio me alegré, pero cuando me dijo que estaba en prisión, me asusté. No suelo ser una persona que se asuste, excepto cuando mis próximos están en peligro. No suelo tener prejuicios excepto con los míos. Por unos segundos imaginé un fantástico yonqui atracador, o un etarra con permisos de fin de semana.
-¿Que hizo?
-Mató a su mujer y a su hijo.
-Hostia nena, que eso no es un error de juventud.
-Verás, Juan es mayor que nosotros, es calvo, pero tiene unos ojos increibles y transmite bondad.
Nuestros encuentros se fueron espaciando. Un día me llamó. Vino a cenar con Juan. Mi hijo asistió a la cena, cuando se hubo acostado, Juan se sentó frente a mi. Soy de la gente que mira a la cara o ignora. Mirándome a los ojos dijo:
- Cuando conocí a Marijota, en casa de unos amigos, me miré al espejo, me vi viejo, me vi gordo por la inactividad de la prisión, y me dije: "¿A donde vas?", pero contra mi opinión, le conté mi vida, mis dolores y mis pocas esperanzas y me dijo que si.
-Yo la quiero mucho y cuando me lo contó, debo confesarte que quedé aterrorizado.
Me contó la pérdida de su primera hija por una enfermedad extraña, el dolor, la depresión. Tuvo que pedir la baja en la empresa de aislamientos que había montado, su segunda hija ingresó en el hospital con los mismos males que la primera. Me parece recordar que representaban a fabricantes españoles y la baja por depresión sirvió a su mejor amigo, al que había puesto en en el número dos de la jerarquía y había enseñado lo que sabía, para contactar con fabricantes y clientes, comentar de los males de su jefe que hacían imposible, según él, la continuidad del negocio, y montar su propia empresa con los clientes de Juan, todo esto en dos meses.
Tanto Juan como su mujer pertenecían a familias adineradas de Bilbao, a pesar de lo anterior no tenían ningún problema económico.
-Todo fue una tontería, empiezas a pensar que los tuyos son propagadores de una enfermedad mortal, que tu hijo si no muere de ella la propagará. Tu hija está a punto de morir de ella, tu mujer delira pensando que si queda embarazada volverá a tener un hijo enfermo. Una noche no pude dormir, corté las cabezas de mi mujer y mi hijo. A continuación me corte el cuello y me abrí las venas. Desgraciadamente llegaron a tiempo para salvarme, para descubrir en los diez años que estuve estudiando la enfermedad en prisión, que el mal que mató a mis dos hijas solo lo padecen y transmiten las mujeres, que mi hijo no tendría ningún problema, que mi mujer solo la transmitiría a nuestras hijas.
-¿ Y en prisión, los diez años como fueron?.
-Conmigo mismo terribles, tuve ayuda, mi familia y la de mi mujer me ayudaron. Mis suegros pidieron mi indulto, gracias a eso estoy aquí, a pesar de que la condena era de asesinato con alevosía, pues los maté mientras dormían y yo no moví un pelo para defenderme...
-¿Y los otros presos?
- Un día uno me dijo que quería deshacerme de los míos, lo levanté del suelo por el cuello y no volvió a meterse nadie conmigo.
-Y ahora, ¿ como te sientes?.
- Trato de empezar de nuevo, pero además de los recuerdos hay cosas que duelen. A veces me olvido y les digo a mis hermanos que voy a llevar a sus niños a cualquier sitio o de excursión y se miran y ponen excusas.
- No se si te servirá de algo, hoy has conocido a mi hijo Héctor, al que protejo y quiero por encima de todo, no lo siento en peligro por estar o ir contigo a donde quieras.
Hace unos meses me dijeron que había muerto, llamé a Marijota. Me dijo que se había suicidado, que todos sabíamos que acabaría así.
Hoy, veinte años más tarde de aquel encuentro, una novela que lee mi Santa me trae el recuerdo. Busqué la noticia en las hemerotecas, la encontré.: http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1980/01/09/049.html
En los ochenta nos lo contábamos todo, el receptor solía poner cara de póquer y hacer pocos comentarios, estaba muy mal visto interferir en la intimidad del amante.
Mientras desayunábamos me dijo que había conocido a un chico, que era un amor y quería empezar una nueva vida. En principio me alegré, pero cuando me dijo que estaba en prisión, me asusté. No suelo ser una persona que se asuste, excepto cuando mis próximos están en peligro. No suelo tener prejuicios excepto con los míos. Por unos segundos imaginé un fantástico yonqui atracador, o un etarra con permisos de fin de semana.
-¿Que hizo?
-Mató a su mujer y a su hijo.
-Hostia nena, que eso no es un error de juventud.
-Verás, Juan es mayor que nosotros, es calvo, pero tiene unos ojos increibles y transmite bondad.
Nuestros encuentros se fueron espaciando. Un día me llamó. Vino a cenar con Juan. Mi hijo asistió a la cena, cuando se hubo acostado, Juan se sentó frente a mi. Soy de la gente que mira a la cara o ignora. Mirándome a los ojos dijo:
- Cuando conocí a Marijota, en casa de unos amigos, me miré al espejo, me vi viejo, me vi gordo por la inactividad de la prisión, y me dije: "¿A donde vas?", pero contra mi opinión, le conté mi vida, mis dolores y mis pocas esperanzas y me dijo que si.
-Yo la quiero mucho y cuando me lo contó, debo confesarte que quedé aterrorizado.
Me contó la pérdida de su primera hija por una enfermedad extraña, el dolor, la depresión. Tuvo que pedir la baja en la empresa de aislamientos que había montado, su segunda hija ingresó en el hospital con los mismos males que la primera. Me parece recordar que representaban a fabricantes españoles y la baja por depresión sirvió a su mejor amigo, al que había puesto en en el número dos de la jerarquía y había enseñado lo que sabía, para contactar con fabricantes y clientes, comentar de los males de su jefe que hacían imposible, según él, la continuidad del negocio, y montar su propia empresa con los clientes de Juan, todo esto en dos meses.
Tanto Juan como su mujer pertenecían a familias adineradas de Bilbao, a pesar de lo anterior no tenían ningún problema económico.
-Todo fue una tontería, empiezas a pensar que los tuyos son propagadores de una enfermedad mortal, que tu hijo si no muere de ella la propagará. Tu hija está a punto de morir de ella, tu mujer delira pensando que si queda embarazada volverá a tener un hijo enfermo. Una noche no pude dormir, corté las cabezas de mi mujer y mi hijo. A continuación me corte el cuello y me abrí las venas. Desgraciadamente llegaron a tiempo para salvarme, para descubrir en los diez años que estuve estudiando la enfermedad en prisión, que el mal que mató a mis dos hijas solo lo padecen y transmiten las mujeres, que mi hijo no tendría ningún problema, que mi mujer solo la transmitiría a nuestras hijas.
-¿ Y en prisión, los diez años como fueron?.
-Conmigo mismo terribles, tuve ayuda, mi familia y la de mi mujer me ayudaron. Mis suegros pidieron mi indulto, gracias a eso estoy aquí, a pesar de que la condena era de asesinato con alevosía, pues los maté mientras dormían y yo no moví un pelo para defenderme...
-¿Y los otros presos?
- Un día uno me dijo que quería deshacerme de los míos, lo levanté del suelo por el cuello y no volvió a meterse nadie conmigo.
-Y ahora, ¿ como te sientes?.
- Trato de empezar de nuevo, pero además de los recuerdos hay cosas que duelen. A veces me olvido y les digo a mis hermanos que voy a llevar a sus niños a cualquier sitio o de excursión y se miran y ponen excusas.
- No se si te servirá de algo, hoy has conocido a mi hijo Héctor, al que protejo y quiero por encima de todo, no lo siento en peligro por estar o ir contigo a donde quieras.
Hace unos meses me dijeron que había muerto, llamé a Marijota. Me dijo que se había suicidado, que todos sabíamos que acabaría así.
Hoy, veinte años más tarde de aquel encuentro, una novela que lee mi Santa me trae el recuerdo. Busqué la noticia en las hemerotecas, la encontré.: http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1980/01/09/049.html
ufff que fuerte...
ResponderEliminares una historia que te sabe agridulce pero muy conmovedora.
Hoy pasé a leerte farero
Me alegra leerte de nuevo, farero... y con una buena historia.
ResponderEliminarAbrazos para tí y tu santa.
Gracias a ambos, mis dos queridos lectores.
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