Praia do Pedrogâo. En la web de moteros.
Joshua Slocum en "Abordo del Spray" describía un sistema de piloto automático hecho con cabos. Me dejaba tiempo para hacer la comida, y si los vientos eran constantes dar una cabezada. Héctor y yo recorrimos las rías. Como el motor no funcionaba nunca, solo en el bidón, a veces quedábamos a merced de las mareas, tanto como para tardar veinticuatro horas en llegar de Vigo a Cíes.
Salimos de Vigo el primero de setiembre de 1984 un Pontevedriano, una vasca, mi hijo Héctor y yo. El primer puerto de escala sería Viana do Castelo. Pasado el puerto de A Guarda, separando nuestra ruta de la costa unas ocho millas, hicimos el cambio de guardia y tomó el timón E.P. (el pontevedriano). Me dormí inmediatamente y cuando desperté, estábamos en medio de las rocas al pie del acantilado de Montedor, justo bajo el faro. El barco no había tocado y con el viento en contra salimos por el unico sitio posible, por donde entramos con viento de popa salimos dando bordadas. Por suerte el viento era flojo y la mar llana. La situación debió de parecerles curiosa a los primeros bañistas de la playa. Desde el faro llamaron al Servicio Salvavidas y cuando estabamos a unas dos millas de la entrada del puerto salía el barco de salvamento. Les hice señas y les pregunté si iban a buscar un velero en las piedras de Montedor, me dijeron que sí. Les dije que éramos nosotros y se pusieron muy contentos. Nos remolcaron hasta el atraque. Y esa noche vinieron a buscarnos para cenar con ellos.
Esa era la época en que estaba yo más en contra del capitalismo, no llevaba radio a bordo, no usaba tarjeta de crédito (no tenía crédito) y llevaba lo estrictamente reglamentario: Rol, libro de Faros, una campana, bengalas, un remo, cartas y salvavidas (con silbato). Por otra parte, no tenía dinero para más.
Al llegar a Viana fuimos a comer al Restaurante O Tunel. Terminada la comida pregunté a E.P. por que había metido el barco en las piedras y no había seguido el rumbo marcado en la carta. "Pensé que..." Le dije que tenía que dejar la expedición. Lo aceptó y se puso a pensar en escribir sobre su experiencia marítima, según dijo. Le pregunté a Amaya si quería seguir o quedarse en tierra, supongo que como estaba un poquito liada conmigo, y aún le quedaban quince días de vacaciones, decidió seguir. A Héctor le impuse mi "Pater Autoritas" y siguió viaje. La siguiente escala en Oporto, donde entramos hasta el Cais da Ribeira, bajo el puente de hierro, aprovechando la marea entrante. Muchas fiestas. Desde Oporto navegamos a Aveiro y allí se desembarcó Amaya. Le llavamos por los canales hasta la estación del tren. La despedida fué para siempre. Allí nos quedamos sin dinero. Hice gestiones con los bancos pero entonces era más complicado que ahora. Llamé a María Carballo, una buena amiga, con la pretensión de que me hiciese un giro desde Valença do Minho. Se ofreció a venir y hacer una parte del viaje con nosotros. Para ella fue una tortura pues se marea como un pulpo en un garaje. Nunca se lo agradeceré bastante.
Salimos de Aveiro con intención de llegar a Lisboa, a unas quince millas al sur de Figueira da Foz el viento se quedó. Estábamos navegando con el piloto automático del Capitán Slocum, mejorado con unas gomas de mi invención. Dormí como una piedra y cuando desperté pasada una hora, el barco estaba enmedio de una rompiente horrorosa frente a la Praia do Pedrogâo, tan larga que se pierde la vista. Está frente a las Matas de D. Denís, un pinar donde durante siglos Portugal sacó madera para sus navíos. Feligresía de Vieira de Leiría. Estabamos a media milla de la orilla. Ni siquiera intenté sacar el barco de la rompiente. Pegué un grito en la cabina para que se pusiesen los chalecos y cerrasen las escotillas, pues la rompiente ya entraba a bordo. Abrí lo que pude la mayor y el foque y el barco ya medio inundado fué arrastando un ancla que dejé por la popa hasta dar con su orza en la arena. Cuando la ola se retiró, salí con el niño en brazos y María, aterrorizada pero valiente, corría a nuestro lado. Cuando estuvieron a salvo, metí nuestras escasas pertenencias en sacos de velas y fondeé otra ancla lo mas lejos que pude por la popa. Mandé a María y Héctor que fuesen en dirección al sol y que un kilómetro tierra a dentro encontrarían una carretera. Error, la carretera pasa a siete kilómetros. Hubo suerte y al pié de un regato encontraron una señora, que según supimos luego pertenecía a una familia de campistas. Nos explicaron que a seis kilómetros había un pueblo, Pedrogâo, que en media hora vendría uno de los hombres con una moto y con la misma maréa daría aviso. Con la siguiente pleamar y la mar en calma intenté sacar el barco con anclas lo suficientemente alejadas, inutil.
Un vendedor de automóviles, el señor Víctor Pedrossa, nos tomó bajo su protección , nos alojó, transportó en una especie de "quad" de tres ruedas nuestros enseres, endulzó nuestras ropas, las velas en la cancha de tenis para que perdiesen la arena, contrató un tractor para que transportase la orza del barco, que los vecinos me ayudaron a retirar, hasta el pueblo. La Policía Marítima a traves del Cabo de Mar Sr. Souza, me prestó un fusil lanzacabos, buscaron un pesquero que tirase de un remolque de 1.500 metros que previamente más de cincuenta personas arrastraron hasta la playa halando la guía que el pesquero había lanzado. La marejada movía a los vecinos como si fuesen la cola de un cometa. Cuando el cabo estuvo encapillado en la cornamusa y a traves de la escotilla un retén lo aseguraba al pie de rey bajo cubierta, el barco rodó sobre roletes, entró en la rompiente donde yo traté de mantenerlo proa a la mar con un remo (el remo) haciendo de timón, el cual había perdido en la embarrancada. Después de dos pantocazos horrorosos, el barco salió de la rompiente. En aquel momento la bruma se abrió y por el agujero ví muy cerca a las personas que tanto me habían ayudado. Les mandé un beso y fui remolcado ya fuera de la rompiente por el pesquero, que dos horas mas tarde metía al Tabeirón en el puerto de Figueira da Foz, en un astillero de madera, "Estaleiro Virxilio Afonso". Cuando entrábamos en Figueira unos cuarenta vehículos estaban estacionados en el dique de abrigo. Hicieron sonar el claxon. Eran los vecinos de Vieira de Leiría y Praia do Pedrogâo que nos estaban esperando. Todas las emociones acumuladas me salieron por los ojos, lloré.
Ermelinda "Castanha" fué la persona que en aquel rincón María y Héctor se encontraron. Su familia entera y numerosos vecinos se deslomaron con mi barco. Cuando volví al pueblo, recibido como si el héroe fuese yo, me contaron que un mástil que apenas salía de la arena era lo que quedaba de un matrimonio francés y su hijita hacía unos meses. La familia de Ermelínda, sus consuegros Antonio y Graciette, y otras veinte personas esperaban con una comida al día siguiente. Ermelinda hizo un poema, algunos de cuyos versos no voy a incluir pues aún hoy me dejan azorado:
El barco en el "Estaleiro Virgilio Afonso" esperando por su orza.
A voçe dedico hoje, Ermelinda , estas lembranças.