Fotos Encarna Muiño.
En tiempos en que la clase política es una taberna y la clase empresarial un club de vagos reciclados, he encontrado en las Islas Cíes empresarios decentes. Durante treinta años he visto crecer su negocio, sin lamer el culo de nadie, sin sobornar, sin invitar a comer a las autoridades.
La Familia Fernández. La historia.
Un joven artista vigués Emilio Fernández Fernández se va a Madrid a estudiar pintura a principios de la década de los treinta. Entra en el mundillo, se relaciona con la bohemia de la ciudad y estalla la Guerra. Se presenta voluntario y alcanza el grado de Teniente. Realiza funciones de transporte. En Ademuz, pueblo de la provincia de Valencia conoce a una chica que come un bocadillo de huevo frito, le pide un poco. Ella, Doña Elvira Monzonis Blasco, recuerda hoy que se lo dio y solo su muerte, no hace mucho, les separó. La familia de la muchacha estaba aterrorizada, un Oficial de veintiocho años, posiblemente casado, pues le acompañaba un niño -un huerfano que había recogido tras el bombardeo de Cella- y gallego...Se casaron, Emilio fue destinado a Madrid, dejando al huérfano Antoñito de Cella a cargo de Cenadilla, un compañero suyo. Nunca lo volvieron a ver. Después de la derrota y la depuración llegaron a Vigo, la familia de Emilio no quería a Elvira, a saber donde encontró a esta, quien será...Tuvieron que volver a casarse. En principio, con sus antecedentes D. Emilio lo tuvo crudo, se hizo pintor de brocha gorda, los nuevos ricos de la posguerra empezaron a contratar sus servicios para sus nuevas casas, escayolas, colores, pan de oro, barnices, betún de judéa. Lo que ningún pintor local conocía, él lo aplicaba. Enamorado de las Cíes, al principio de los años 40, en cuanto podía se piraba a las islas con su señora y creciente prole, alquilaron en los primeros tiempos una habitación, conseguían el sustento cazando y pescando. Pronto compran un terreno con las ruinas "da casa dos vellos" que acondicionan, sus clientes de la pintura de la burguesía de Bouzas demandan habitaciones para pasar unos días en las Cíes. Pescadores y "bañistas" iban a tomar café. Su pasado combatiente volvió, no podía ser titular de un negocio. El Gobierno Civil no lo autorizaba. Pero a su hijo Emilio sí, abrieron el bar en 1956. Camping Islas Cíes.
El Reencuentro.
Por mi manera de ser la vida no me desvía, me da revolcones. Treinta años después de mi primera visita y dieciocho desde la última me vuelvo a encontrar con los Fernández en las Cies. El Camping ha mejorado mucho la calidad de sus instalaciones. Parece que se han acabado los tiempos en que el ICONA empedraba la casa forestal con los restos de un cenobio sin catalogar, tiraba las basuras por el acantilado y algún ilustre pretendía poner comederos a las gaviotas.
En 1980 el Balizador Rías Bajas transportaba al Servicio de Faros a las Cíes y eran frecuentes los pedidos de transporte de los "industriales" e instituciones asentadas allí. Siempre los atendimos. Los Fernández, que ya habían montado el Camping, nunca pidieron, alquilaban un barco. Por las especiales circunstancias de las islas me ofrecí a Emilio (hijo), pues me parecía deshonesto ser discriminatorio en los favores y el Patrón, Miguel, estuvo de acuerdo. Yo creía en la hermandad de la Islas, que obviamente no existe. Emilio, sorprendido por el ofrecimiento, me miró y dijo "Mera: Esto es un negocio, y los negocios deben financiarlos sus dueños que obtienen beneficios, no pueden depender de favores, yo alquilo un barco y viene cuando lo contrato". Dije que me parecía lo correcto. Nuestra relación siempre fue amistosa.
Estos días volví a las Islas a llevar a Encarna Muiño y su amiga Marilín, tripulaba el "Biniazar" mi amigo López Cota, mi relevo de contar nubes. Emilio Fernández va y viene para el aprovisionamiento, allí quedan sus hermanos Quico (Enrique) Fernando y Elvira, Fran falleció.
Mi primera sorpresa fue al pedir unas cervezas, el encargado de la cafetería era Correa, el mismo que en 1980 - José Antonio Rodriguez Correa debía tener veinte años-. Fue muy emocionante. Subí al restaurante, Quico y Suso el Portugués, su mujer en la cocina, los mismos que en el ochenta. Chasco y Alfonso Pérez, mantenimiento, transporte, admisión... Chasco se llama Enrique Rodríguez Abalde, según Emilio es una persona clave. Todos en invierno siguen trabajando en la empresa, que al efecto se dedica a la decoración de interiores, tienen una tienda: "Emilfer" en el Paseo de Alfonso, esquina Falperra de Vigo y hacen todo tipo de decoraciones.
Cuando Manolo López y yo navegamos de regreso a Marín pensé en ello, personal serio, competente y currante como el del Camping, que desde antiguo conozco, no suele tener problemas de empleo, solo siguen si están contentos. Muchos de los clientes de entonces han muerto, sus hijos siguen.
En Vigo fuí a ver a Emilio, le pedí que me contasé la historia familiar, para ponerla aquí. Le dije lo de los empleados y me dijo: "No son los más antiguos, este que está aquí, Enrique Barreiro, lleva cincuenta años, es el más antiguo, empezamos juntos con mi padre. Cambió los barcos de Terranova donde su padre era patrón, por la pintura, aquí sigue". El hombre sonreía con orgullo tras el mostrador. En el Restaurante trabajan 16 personas y en el Camping 15. Solo he nombrado a los que llevan treinta años, los hay de todas las edades.
Y es que pocas, pero algunas veces, en este país hay gente legal que ha crecido como empresa, que sus empleados no tienen un empleo precario, que los dueños trabajan codo con codo con sus obreros y no gastan sus beneficios en ostentación, sinó en mejorar su infraestructura. Los Fernández son de estos, por eso están aquí.