Aterrizaje en el aeropuerto de Faro a vela. Todas las fotos son de Regina Saiz.
Al amanecer vimos casi en bajamar la situación en toda su crudeza. Herminio explicó que al confundir Quique el Faro de Vilamoura con la baliza de la Torre de Control del aeropuerto, había enfilado Noroeste entrando por una barra de arena con una anchura de no más de cinco metros abierta por las corrientes, por donde se coló el barco hasta llegar a un arenal inmenso que cuando bajaba la marea quedaba a quilómetro y medio del agua.
Regina y yo caminamos hasta unas chozas ocupadas por pescadores a los que pedimos un transporte a tierra, que avisasen a la Policía Marítima y que nos suministrasen cinco garrafas de agua de cinco litros, leche en brick, pan fresco a diario y algunas conservas. La gente como siempre bondadosa y gentil.
Primero llegaron la Policía marítima y la Guarda Fiscal. Desde el punto de vista legal la varada era en principio un delito.
Desde el punto de vista fiscal, el propietario del barco era Gonzalo, fichado como traficante de hachis, su padre navegaba con un poder notarial. El barco había embarrancado en un lugar en el que era necesario ser un experto para llegar. Al mando iba un experto Capitán de la Marina mercante, y un Oficial de la Marina mercante formaba parte de la tripulación. Nunca tuvieron en cuenta durante los interrogatorios, que eso eran, que Herminio no ejercía desde hacía treinta y cinco años, como les aseguró y que yo era Oficial de Radio, como les demostré.
Aquella era una embarrancada dolosa, con el fin de desembarcar contrabando. Le pedí a la Policía Marítima que transportasen a todos menos a mí a un Hotel. El más joven de los Policías le hacía ojos a Pilar, ella sonreía y según me contó, en cuanto se hubo duchado estaba el policía a pié de hotel para llevarlas a cenar.
La Guardia Fiscal desmontó medio barco y no encontró ni los canutos de Quique, que se los llevó para fumarlos en tierra. Antes de que la maréa abandonase la arena se habían ido todos.
Medios de rescate: Aire comprimido, cabo y neumáticos.
De madrugada con la pleamar estaba el vigía durmiendo cuando llegó un surfista. Oí el golpe y fuí a ver de que se trataba. La luz del amanecer me enseñó la cara de sorpresa del paisano, que ya se había soltado de una mochila pequeña de la que salían un destornillador y una llave inglesa. Le dí los buenos días sin salir de la cabina y como que no ví las herramientas asomando. La tabla flotaba amarrada al barco con la vela en el agua. Solo le faltaba ir de traje. Iba con la mochila, un jersey de calidad y uno de aquellos pantalones cortos de moda, con bolsillos. No estaba mojado, a su lado el pirata parecía yo. Me preguntó como habíamos llegado allí. Le dije que el Capitán perdió las gafas y rió como si le contase un chiste. Me preguntó si venderíamos el barco, le conteste con un no dubitativo. Salió hacia la ciudad con una elegancia y una soltura impropia de cuarentón.
Cuando la maréa bajó estuve tomando medidas al barco y calculando la flotabilidad. Inflé la zodiak (la de las aventuras de Gonzalo) y fuí bajando a ella todo lo que podía ser considerado lastre, anclas, cadena, diesel. Vacié los tanques de agua que servían de lastre y para endulzar la loza. Calculé que le había sacado cinco centímetros de calado al barco, es decir el barco "flotaba cinco centimetros mas abajo", para salir necesitabamos sacarle como mínimo cuarenta centímetros y eso no podria ser hasta la semana siguiente a mediodía.
Con la marea del atardecer ví llegar la inmensa pero armoniosa figura de Regina en un Dory, una embarcación de fondo plano que los portugueses hicieron famosa en su epopeya de los bacaladeros en Terranova. Traía Regina: Vino, pan fresco, latas de sardinas frescas, agua caliente y vino. Cenamos a la luz de las velas y bebímos el rico vino alegramente. A la mañana siguiente tuvimos dos visitas, el surfista elegante que se pasó a saludar y sin herramientas y la neumática de la policía marítima, con tres guardias fiscales y dos perros. Entraron arrasando, ni dieron buenos dias. Les pregunté que buscaban,
-Drogas, ustedes entraron aquí a dejar drogas.
Me descojoné,
-Llegan tarde la he vendido toda. Solo queda un fardo y está debajo de la quilla. Y yo idiota de mi, les veo llegar y creo que vienen a ayudarme.
El policía admirador no sabía donde meterse, los otros muy chulos: Cállese, por favor. Los perros patinaban en la cabina y el camarote de donde ya habían salido las colchonetas, olían todo y ponían cara de asco, la escora del barco era cada vez mayor al vaciar la marea y los perros patinaban y empezaban a perder interés, los policias estaban en popa y yo frente a ellos. Ellos agarrados y yo aparentando equilibrio.
Y de donde traen los perros?
-Llegaron esta mañana de Lisboa, me dijo el guarda.
-Así les vá, se gastan el dinero público en "brincadeiras" mientras algunos de sus jefes comen con los contrabandistas gallegos.
Palidez de ira, los que hacía un momento estaban a sus anchas, estaban en un rincón acosados por un hippy enfurecido. Regina estaba atónita.
-Hala, el jicho, mira que eres jicho. Me dijo riendo cuando se iban.
Creo que en León eso le dicen a los chuletas o así.
En la siguiente marea llegó Pili en el bote, decidimos que yo iría a tierra a comprar "Flotabilidad".
Al día siguiente y en tiempo record para volver con la marea, con la ayuda del patron del dory localicé un taller de neumáticos para camiones, un suministrador de botellas de aire comprimido, compré los acoplamientos necesarios pero ah! La Aduana. Estaba realizando una exportación ilegal de botellas de alquiler y neumáticos usados desde el puerto de Faro a los arenales de Faro. El funcionario no podía hacer nada sin la firma "Assinatura e carimbo do Sr. Xefe." Al hombre del bote y al de las botellas les caía la cara de vergüenza. No quiero pensar cual sería la mía. Herminio me acompañaba como quien paga los daños de un ciclón.
-Lo tuyo es un caso de Fuerza Mayor.
La marea empieza a subir... Pili con el imperio.
Compramos cien metros de cabo, no había del barato, era todo buenísimo. Ni a Herminio ni a mí se nos ocurrió dejar aquel para el barco y usar en la maniobra de reflote el que había a bordo.
Repasamos mis cálculos de flotabilidad y Herminio los corrigíó, aplicando coeficientes que yo desconocía y resultaban algunos centimetros menos de calado de los que esperaba conseguir.
El patrón del dory se ofreció a transportar al día siguiente el material hasta el barco y liquidar con Herminio el tema de las botellas de aire en la Aduana.
A causa la marea tuve que ir a pie casi un quilómetro. Solo transporté dos botellas de vino.
Al día siguiente, cuando vino el material, las chicas y yo nos pusimos manos a la obra. Colocamos neumáticos trincados por toda la obra viva (parte sumergida) del barco. En cuanto empezó a subir la marea Regina comenzó a hinchar llevando la goma de las botellas a los neumáticos buceando. Yo sacaba pesos a la zodiak y al dory que desinteresadamente apareció a ayudarnos, en eso llegó un remolcador pequeñito que Herminio había contratado a la Junta del Puerto, con Quique en la proa. Las instrucciones de Herminio eran: Si el barco sale, José Antonio lo lleva a Vilamoura y me esperais allí, si no sale nos vemos en el Hotel. El barco salió por sus propios medios y Regina y yo nos tiramos al agua con cuchillos a cortar el cabo nuevecito y buenisimo. El dory recogía neumáticos con gran alborozo de los hijos del patrón. En pocas horas estábamos en Vilamoura, donde encontramos a Fred y May Bessant del RISOR. Herminio quedo fascinado con ellos, dos ancianos viviendo en un barco. Dos años más tarde Fred moría en Lisboa y May me encargó llevar el barco hasta Vigo. Naturalmente vino Herminio, Joaquin el dueño consorte de Feliciano y una mujer, pero eso es otra historia.
Esperando a Herminio, Surtidor de combustible, Marina de Vilamoura. De espaldas Quique, Pili a la izquierda, yo en medio...
Durante el resto del viaje Quique siguió sin pagar las copas. En Lisboa salimos a cenar, Herminio quedó a bordo, les dije a las chicas que dejasen el fondo común a bordo. A la hora de pagar Quique tomó la factura despues de tomarse dos copazos de Aguardente Velhisima, chascando la lengua, dijo:
-Bah, dos mil trescientos escudos. Bueno, sacad el fondo.
Yo.
-Pues lo tenía yo para los víveres y no lo traje, la verdad no traje nada.
Las chicas,
-Nosotras tampoco. Pues habrá que hablar con el dueño, a ver como podemos hacer.
-No preocuparos niñas, ya pagasteis muchas copas, Quique que es un caballero y nunca se separa de una tarjeta de crédito que pone Visa Oro, tendrá mucho gusto en invitaros, y a mi tambien, que llevo pagadas muchas comidas, copas y de todo, como soy farero..., vamos Quique, saca la Visa o nos vamos sin pagar y decimos que nos invitaste tú.
Rojo, negro, azul, marrón...
El viaje transcurrió divertido como se puede ver. Escalas: Lisboa, Nazaré, Porto,
Herminio , feliz en Nazaré, muelle en construcción.
Llegada a Vigo, al fondo Monteferro. Regina y yo.
Al día siguiente de la llegada a Vigo el 1º de octubre, fuí a ver las amarras del barco. Allí estaba Quique con chaquetón y gorro náuticos, con el laureado poeta Forcadela, y dos más no laureados, que impresionados por sus explicaciones no movían un músculo. Los ví desde el muelle, me eché a reir y me fuí dejando los cabos para otro momento.
El Celina vive hoy una vida feliz con dueños cuidadosos y profesionales en el primer pantalán del Náutico de Vigo. Le visito una vez al mes. Conserva el mástil y la cubierta que yo le construí cuando lo compré, nunca dejó de ser propiedad legal de Gonzalo Viana, que tuvo que venir a firmar los papeles poco antes de morir para transferirlo a sus actuales propietarios, habían transcurrido diecisiete años desde que él lo comprara y hacía tres que lo comprara yo. Su precio fue siempre el mismo: setecientas mil pesetas en metálico pero verbales.
A Regina y a Pili, A la colonia leonesa de las Islas Cies.
El Celina poco después de la llegada a Vigo, de excursión.