viernes, 25 de octubre de 2013

PUERTO DE VIGO.

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Cuando mi hijo tenía comedor escolar, es decir en el  invierno de 1981,  yo solía comer en el Comedor Social de la Junta del Puerto con Pepe García, un veterano de los faros y con Leopoldo Costas, el conductor que la Dirección del Puerto asignó al Servicio de Señales Marítimas donde trabajó casi siempre hasta su jubilación. Dada mi inexperiencia, aprovechaba las tardes para preparar el trabajo del día siguiente, o con la ayuda de Pepe, que  tenía jornada partida, conocer los equipos y materiales de los que supuestamente era responsable ante mi Jefe de Coruña. Supongo que solo a los efectos de echarme la culpa si había alguna desgracia.
En el comedor los trabajadores nos agrupábamos por gremios: Guarda-muelles, mecánicos, electricistas, grueros,  jefecillos... Supongo que la razón era seguir con las interesantes broncas surgidas en la mañana. Nosotros comíamos los tres y si el barco de Faros estaba en puerto se sumaba la tripulación, ocasionalmente venía a la mesa algún otro que había quedado sin sitio o se había peleado con sus colegas.
Los primeros días  Leopoldo me ponía al corriente de quien era quien.
En la cola de recoger la bandeja se puso un hombre grande y gordo, casi inmenso. Leopoldo gritó:
-¡Atención! ¡ jardade os mecheros!. Acaba de chejar o ladrón da jasolina.
(Atención, guardad los mecheros. Acaba de llegar el ladrón de gasolina)
El aludido contestó con un:
-¡Cala mamarracho!. (Calla,mamarracho).
Fuimos hacia la mesa con las bandejas. Una vez sentados, pregunté de que se trataba. 
Leopoldo me contó mientras Pepe asentía, que tres años antes, aquel hombre trabajaba en el movimiento ferroviario del Puerto, que disponía de dos locomotoras Diesel, y su propio personal para cambiar agujas, enganchar vagones  y mantenimiento de las vías. Estaba de enganchador. El combustible se distribuía desde unos depósitos situados en la Dársena de Guixar mediante vagones cisterna al interior de la Península. 
Los viernes la gente se retiraba más temprano, el hombre Grande y Gordo tenía que enganchar vagones de gasolina. Uno que debería ir a Valladolid quedó en los muelles. La locomotoras lo metieron en el almacén de faros,  unas vías entraban dentro del almacén para mover las boyas, pero las boyas que usábamos ya no podían salir por la puerta sin un complejo sistema de grúas inexistente. Entonces se guardaron allí las locomotoras. Allí metió el hombre Grande y Gordo el vagón de gasolina con cuarenta toneladas. Entró por el portón justito. Durante el fin de semana fueron sacando los bidones y vaciaron en vagón. Pero descargado el vagón no salía por el hueco, sobrepasaba en mucho su altura. Tuvieron que dejarlo allí. El lunes, cuando el bueno de Pepe García entró en el almacén de Faros y se encontró un vagón de CAMPSA en el interior llamó a mi antecesor que fue a la Dirección.
Al poco tiempo, el hombre Grande y Gordo fue nombrado Presidente del Comité de Empresa y pasó a desempeñar funciones  de Encargado del Economato. En uno de los Sindicatos amarillos que se montaron a principios de los ochenta ganó las elecciones sindicales. Todo el mundo debía dinero al economato.
Un día, discutí con el hombre Grande y Gordo en presencia del Director por las dietas del personal del Servicio, que estaban cobrando él y sus secuaces por irse de vinos. Me dijo:
-Mera, eles traballan con vos, pero son da Empresa, e ti has de morrer e non has ter nin un carballo que che dea sombra. (Mera, ellos trabajan con vosotros pero son de la Empresa (Puerto) y tú morirás y no tendrás ni un roble que te de sombra)
-Certo, nin jasolina po mechero.(Cierto, ni gasolina para el mechero)