Se me ocurrió preguntarle al custodio de la puerta si uno de los policías que charlaban a un lado se llamaba B. Hacía veinte años que no le veía, tal vez había engordado. Me dijo un seco "No". A los cinco minutos me llamó B. Me pregunto si tenía algún amigo madero, hacía meses le habían pasado mi teléfono, pero nunca me había llamado, le dije que pocos, que prefiero delincuentes. Llegó en un coche camuflado al cabo de unos minutos. Estaba igual, no se parecía en nada al otro policía. Charlamos un rato a cubierto, me dijo que no podía hacer nada la policía, cosa que a esas alturas suponía. Contesté que mi protesta era por la ordenanza municipal, por normas que se dictan de espaldas a la realidad y a los intereses de la población, por ciertas actitudes chulescas...
La vida de mendigo, que siempre me atrajo desde la canción de Víctor Manuel, exige un duro entrenamiento, las losetas de las aceras son extremadamente duras, los focos que iluminan el aparcamiento de los guardias municipales son potentes y producen conjuntivitis, mis ya viejos huesos que resisten diez horas de albañil o doce de velear, no aguantan durante más de una hora la misma postura.
Comí el bocata jamón que me trajo mi santa. Meé en una botella de agua que un municipal puso en una papelera, oculto por la mantita, no conviene despertar envidias entre las autoridades. Me estiré bajo el edredón. Pude ver el respingo de un agente recién incorporado cuando reparó en un cuerpo al lado de la puerta, embutido en edredón negro. Ventajas de la edad, eres casi invisible.
Vinieron los marginales con los que tomo café, les había pedido que me trajesen tabaco, no encontraron mis latas de la Paz y me trajeron Chester. Me demostraron su cariño, que es plenamente correspondido. Uno de los chicos me dijo que podían venir los que yo quisiese, que les montaban un botellón en el aparcamiento que se iban a cagar.
Les rogué que no viniesen, que se lo agradezco igual, que solo quería llamar la atención sobre normas injustas y actuaciones absurdas, que los policías -a veces a su pesar- son curritos como nosotros con la diferencia de que nosotros no tuvimos que buscar enchufe.
Durante varios periodos escuché las conversaciones de los corrillos de policías, que pasada la indignación y/o desprecio iniciales olvidaban mi presencia y comenzaban conversaciones más o menos jocosas sobre la relación entre los ascensos y la militancia sindical, el método de acceso a la plantilla, y manifestaciones de desprecio generalizado a la clase política, no se referían al alcalde o a un concejal determinado, decían "los políticos". De vez en cuando una voz más potente les recomendaba hablar más bajo, está ahí el tío ese y desde allí se escucha todo. Desde luego, muy buena acústica la de los aparcamientos de la poli.
Próximo el amanecer, vi salir la luna sobre el edificio de enfrente, le seguía Marte y un poco más abajo a la izquierda Venus. Eché de menos las jornadas de navegación anteriores. Hacia las ocho de la mañana cambio de turno, cotilleos y el que llamaban inspector me dijo que podía usar su maquina de café y su urinario: Hice lo último. Bebí los zumos de mi Santa, comí las últimas galletas, restos de mi viaje atlántico y los medios comenzaron a llamar. Uno me decía que con la cantidad de protestas que había por el mismo tema, podía liderar un movimiento vecinal, le dije que no era vecino que no lidero nada y quería exclusivamente que dejasen mi guarromóvil en donde lo tenía. Malas noticias de los funcionarios de la policía municipal. El escrito que me han dirigido no esta bien redactado.
-Lo redactó el Ayuntamiento, no yo.
Vienen más medios, generalmente opuestos al Gobierno Municipal. Otra vez a dejarse utilizar, sin alternativa. Los periodistas muy bien, incluso alguno comprendía mi sentido del humor. La actitud de algunos policías empezó a cambiar. A mediodía vino B. que entraba de turno, me ofreció:
-Mira que eres cabezón, ¡Sigues ahí!. Toma un peladillo...
Me cogí la entrepierna.
-¡Tengo dos!
-Estoy hablando de peladillos, no de cerezas.
(Continuará....)