Era la guerra de Bush y Aznar, aquella que destruyó la dictadura de Sadam Hussein. La de las armas de destrucción masiva, la del fracaso de Occidente. Fue aquella vez que decidimos mi Santa y yo que había que hacer algo contra el trío de las Azores, que al menos perdiesen aquí.
Imprimimos mil camisetas negras con NO A LA GUERRA en rojo, un anuncio en el periódico, visitar los lugares de copas y Rock de Vigo, mi hijo Daniel en el Instituto, el bar de la Escuela de Idiomas, miembros de una institución militar, en dos días recuperamos los dos mil quinientos euros invertidos y por la calle veías cientos de personas en varias ciudades de Galicia con la arriesgada camiseta. Unos días más tarde el ataque se produjo a pesar de las camisetas. Miles de personas murieron, hubo asesinatos sin juicio, masacres de seres anónimos, prisiones que no tienen nada que envidiar a los regímenes fascistas, pagadas con nuestros impuestos, por gobiernos traidores. Por un presidente que pagó del erario un millón y medio de dólares para que le diesen la medalla del Congreso USA. Millones de personas huyen hoy, once años más tarde, de las consecuencias de la miopía de los traficantes de armas y de petróleo.
Con nuestras cajas de camisetas y una agenda pasé por el BONSÁI, una tienda de comestibles al lado de mi casa. No era cliente pero le dije que pretendía poner mil pancartas en el pecho de la gente contra la guerra.
Nela, la dueña, me miró como diciendo: Nunca me compras nada y vienes a que te venda camisetas. Pero con gesto de "hay que hacer lo que hay que hacer" dijo:
-Déjame veinte.
Creo que vendió cuarenta.
Desde entonces he sido su cliente, y coincidimos en muchas más cosas de las que cabría pensar por diferencia de edad y de vida. Sus comentarios siempre son inteligentes, honesta hasta el límite y con el razonable humor sin lugar al cotilleo que gusta a las comadres.
Sustituyó a algunos de mis habituales asesores sociológicos tabernarios y enlaza mi albañilería aislacionista con la realidad circundante.
Afortunadamente los ciudadanos somos mucho más decentes que nuestros gobiernos. Además, pagamos impuestos. Ellos solo los gastan.
Olvidaba decir que Nela quiere alquilar o vender un bajo. Y aqui no nos rompieron todo, aún.