Escuela Oficial de Náutica de Coruña.
Carlos
de Cea Naharro-Cuenca era uno de mis compañeros en segundo
curso de Radio. Era un buen chico, hijo de un médico
establecido en Rabat y hermano de un Capitán mercante. Siempre
pulcro e impecable en el vestir, me dijo que podía irme a
vivir a su pensión, cuando le conté que la señora
María quería deshacerse de mi porque coleccionaba
esquelas mortuorias de generales españoles. Las iba pegando en
la pared dejando un espacio grande en el centro. Cuanto más
importante fuese el finado más cerca lo dejaba del espacio
central y a la señora María le daban miedo mis
aficiones.
Me
mudé a casa de Lola y su marido, jóvenes muy
entrañables de Serra de Outes. Alquilaban tres de sus cinco
habitaciones en un piso de la calle Eduardo Pondal en Riazor.
En
la casa además de nosotros dos estaban: Roqui, que me parece recordar se llamaba José Miguel Iglesias, hijo de militar
que había nacido en Larache (marRoqui) en el curso de Piloto,
compartía habitación y clases con Fernando Liste,
Esteban un alumno de Máquinas de Burgos, compartía
cuarto con el que suscribe. Carlos como huesped más antiguo
tenía una pequeña habitación individual, aunque
venía a estudiar a la nuestra.
Mientras
me duró el dinero de mis embarques de marinero comía
todos los días. A veces iba con Carlos a comer al comedor del
Parque Móvil de los Ministerios, donde se comía bien y
sin ser caro, para mi economía era un gasto excesivo. Allí
nos reuníamos con algunos ilustres de la aristocracia: Un
Borbón, de nacionalidad brasileña, que se apellidaba
“de Borbón Orleans y Bragança” se sentaba con el
hijo del embajador en Londres, Marqués de Santa Cruz, juntos
estudiaban para el examen de Piloto en la Escuela, eran por tanto
compañeros de Roqui y Fernando. El de Santa Cruz radiaba
desde la ventana para todos los comensales los encuentros de dos
adolescentes de colegio religioso en el portal de la chica. “Ahora
ella baja la cabeza, en estos momentos el joven, acercando su mano a
la barbilla de la muchacha, alza su cara, le da un beso en la boca
con lengua, ella se separa y entra corriendo hacia las escaleras. Él,
cambiando los libros de mano se va calle arriba y ...pero que hace?.
¡Miserable! se limpia la boca con la manga del abrigo. ¡Ha
borrado el beso!....”
Hace
un año fui a la calle, el barrio ha envejecido menos que yo,
pero es de viejos. En el portal de la chica vi a sus padres ancianos
pero reconocibles. El recuerdo del Marquesito como le llamaban en la
escuela, y sus locuciones me asaltaron, estuve a punto de preguntar a
los ancianos por su hija, pero no sabía más de ellos
que los encuentros radiados, y verles cada día bajar la basura
cuando nosotros regresábamos de adquirir conocimientos sobre
los milagros de Canaan.