Me desembarcaron de M/P "Vimianzo" en Nueva York a petición del Capitán e Hispano me embarcó a los dos días en el Eolo, de la Naviera Bilbaína, donde J. A. G. A. tenía problemas con el Capitán que decía que no había recibido un telegrama en el que la Compañía mandaba el barco a Gazhauet en vez de su destino original en Argel. Es decir el barco llegó a Argel donde no se le esperaba y perdió un día de navegación. A mi compañero lo despidieron sin previo aviso.
Allí llegué acompañado de dos policías, que me habían salvado el pellejo en Huelva al detenerme por comprobar si el pelo de una de un cabaré era sintético, con mi mechero. La melena se incendió y la buena mujer se asustó cuando vio a un barbudo cubriéndole la cabeza bajo el tabardo, derribándola del taburete al tiempo que decía: "Perdona, que fue sin querer".
Intervinieron oportunamente para sacarme de allí cuando la bronca estaba montada. Tenía una trompa considerable y quería comprobar si aun era capaz de distinguir una peluca.
Esa llegada me dio mucho prestigio a bordo y todo el mundo quería salir conmigo cuando llegamos al Caribe. Allí ya lo pasamos mucho mejor. Mi camino para alcanzar las más altas cotas de deshecho humano estaba ya empezando a consolidarse.
Tenía veinte años recién cumplidos, emborracharme resultaba carísimo y tenía una gallina un poco insaciable.
En el Eolo fuimos a Cartagena de Indias, y lo pasamos muy bien. La reserva de ron de aquel año quedó temblando después de nuestra escala. El ambiente a bordo estaba lleno de juventud, alegría y candidez. El Capitán D. Vicente Usatorre era un personaje, para mi gusto demasiado hombre-empresa que se diría hoy. Debo decir en su honor que era un magnífico marino, y una persona leal que nunca tuvo en cuenta mis extraordinarias venadas. Había sido capitán de los barcos de la República, con lo cual volvió a serlo cuando ya había cumplido los sesenta y cinco, después de llegar con el barco en que era Primer Oficial a Nueva York, tras haberle llevado un ciclón tropical el puente, al Capitán y al Agregado. Cuando le conocí tenía sesenta y nueva años y era su último viaje. Con lo que mi actitud con él aún me parece más reprobable.
Uno de sus hermanos, Piloto de la Aviación republicana, se había ido a la URSS, y tenía un hijo delantero de la selección soviética de fútbol. El otro había emigrado a USA y era Práctico de la Base Naval de Okinawa. Esto lo supe por gente de la naviera, el Capitán nunca mencionó su pasado y se descojonaba de nuestras historias infantiles pero ni comentaba ni intervenía, por ejemplo el vermut:
El Oficial más viejo era el Primero veintisiete años, todos los demás infantiles de veinte (yo) a veinticinco, Angel Viguera. Los domingos nos vestíamos de domingo. Cada uno escondía en una casamata, bajo una gatera, en el hospital... botellas de vermut, ginebra y alguna lata de conservas o un paquete de almendras... y a las once nos íbamos a tomar vermuts por el barco, en medio de la calma tropical, siempre se terminaba con un grupo de cantantes beodos o en la toldilla jugando al burro alrededor de la bodega. Poco serio.
Según me contó Usatorre una vez que lo encontré en Bilbao, se reía mucho con aquel ambiente.
De Cartagena fuimos a una bahía que se llama Turbo a cargar madera. A Usatorre le dio el punto de que cada bodega tenía que tener un oficial anotando troncos. Yo le dije que ni de coña, que era de Hispano Radio, no de la naviera y que me pusiese un bote para ir a tierra y me dijese el día de salida, que no faltaría. Me dijo que no había bote a tierra y que no podría dejar el barco. Le contesté malamente que ya veremos y me acerqué a unos de la estiba que habían venido en canoas. Les compré una y como no me llegaba el dinero le di toda mi ropa, la mayor parte de invierno, no sé para que la querrían en aquel calor bochornoso.
Embarqué alocadamente en la canoa y saludé con la mano desde el agua al Capitán que estaba rojo de ira.
Allí llegué acompañado de dos policías, que me habían salvado el pellejo en Huelva al detenerme por comprobar si el pelo de una de un cabaré era sintético, con mi mechero. La melena se incendió y la buena mujer se asustó cuando vio a un barbudo cubriéndole la cabeza bajo el tabardo, derribándola del taburete al tiempo que decía: "Perdona, que fue sin querer".
Intervinieron oportunamente para sacarme de allí cuando la bronca estaba montada. Tenía una trompa considerable y quería comprobar si aun era capaz de distinguir una peluca.
Esa llegada me dio mucho prestigio a bordo y todo el mundo quería salir conmigo cuando llegamos al Caribe. Allí ya lo pasamos mucho mejor. Mi camino para alcanzar las más altas cotas de deshecho humano estaba ya empezando a consolidarse.
Tenía veinte años recién cumplidos, emborracharme resultaba carísimo y tenía una gallina un poco insaciable.
En el Eolo fuimos a Cartagena de Indias, y lo pasamos muy bien. La reserva de ron de aquel año quedó temblando después de nuestra escala. El ambiente a bordo estaba lleno de juventud, alegría y candidez. El Capitán D. Vicente Usatorre era un personaje, para mi gusto demasiado hombre-empresa que se diría hoy. Debo decir en su honor que era un magnífico marino, y una persona leal que nunca tuvo en cuenta mis extraordinarias venadas. Había sido capitán de los barcos de la República, con lo cual volvió a serlo cuando ya había cumplido los sesenta y cinco, después de llegar con el barco en que era Primer Oficial a Nueva York, tras haberle llevado un ciclón tropical el puente, al Capitán y al Agregado. Cuando le conocí tenía sesenta y nueva años y era su último viaje. Con lo que mi actitud con él aún me parece más reprobable.
Uno de sus hermanos, Piloto de la Aviación republicana, se había ido a la URSS, y tenía un hijo delantero de la selección soviética de fútbol. El otro había emigrado a USA y era Práctico de la Base Naval de Okinawa. Esto lo supe por gente de la naviera, el Capitán nunca mencionó su pasado y se descojonaba de nuestras historias infantiles pero ni comentaba ni intervenía, por ejemplo el vermut:
El Oficial más viejo era el Primero veintisiete años, todos los demás infantiles de veinte (yo) a veinticinco, Angel Viguera. Los domingos nos vestíamos de domingo. Cada uno escondía en una casamata, bajo una gatera, en el hospital... botellas de vermut, ginebra y alguna lata de conservas o un paquete de almendras... y a las once nos íbamos a tomar vermuts por el barco, en medio de la calma tropical, siempre se terminaba con un grupo de cantantes beodos o en la toldilla jugando al burro alrededor de la bodega. Poco serio.
Según me contó Usatorre una vez que lo encontré en Bilbao, se reía mucho con aquel ambiente.
De Cartagena fuimos a una bahía que se llama Turbo a cargar madera. A Usatorre le dio el punto de que cada bodega tenía que tener un oficial anotando troncos. Yo le dije que ni de coña, que era de Hispano Radio, no de la naviera y que me pusiese un bote para ir a tierra y me dijese el día de salida, que no faltaría. Me dijo que no había bote a tierra y que no podría dejar el barco. Le contesté malamente que ya veremos y me acerqué a unos de la estiba que habían venido en canoas. Les compré una y como no me llegaba el dinero le di toda mi ropa, la mayor parte de invierno, no sé para que la querrían en aquel calor bochornoso.
Embarqué alocadamente en la canoa y saludé con la mano desde el agua al Capitán que estaba rojo de ira.
Después de remar tres horas llegué al pueblo que eran cuatro casas con un muelle de madera donde se celebraba un mercado, y donde había un futbolín. De allí vino corriendo un niño. "Doctorsito por un peso le guardo la canoa, porque si no me parese que se la van a robar...". Le di el peso.
La casa más grande era un lupanar con músicos. Me dejé llevar por el ron y las buenas amistades que hice allí, anochecía cuando estaba ya subido en una mesa recitando a Lorca, "Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios..."
Mis nuevos amigos y la distinguida concurrencia aplaudían. Había una pupila que tenía una de las manos muy pequeñita, como de muñeca, y daba con ella contra la otra mano, que era normal, para aplaudir.
En eso llegaron mis compañeros del barco: Yo subido en la mesa, con una trompa notable y con media docena de lumis y una docena larga de hombres de todas las edades festejándome. En aquel momento decidí que debía casarme, se lo dije a mis amigos y todos nos invitaron a muchas copas.
Vendí dos cartones de rubio que llevaba en un morral y le regalé al dueño del chiringo la botella de Soberano que los acompañaba, Soberano era un brandy del que la publicidad decía que era "cosa de hombres", esa frase encebolló el hígado de muchos adolescentes.
Con la venta solucioné provisionalmente mi falta de recursos económicos. La celebración continuó, y mi popularidad y señorío aumentó, sobre todo con el dueño del cabaré, que no quiso cobrar los tragos de mis compañeros que medio atónitos, medio asustados, empezaban a calcular la retirada.
El bueno del capitán Usatorre los había enviado a tierra con el fletador, que tenía una motora y era asturiano. En un aparte le dijo al Primer Oficial, "busquen a ese loco y tráiganlo a bordo", cuatro oficiales y tres tripulantes se apuntaron a la excursión. A todos se les fue pasando el temor inicial, fundado en el aspecto del pueblo, techos de lata, barro en el suelo y tablas cayendo en las paredes, el aspecto pobre y envejecido de todas las mujeres y algunos parroquianos, dejando paso a una sensación de confianza al calor del ron y la buena acogida.
Mis amigos de copas eran Hernán Estévez Radío, Agregado y Angel Viguera Polo, Segundo Oficial. Les conté lo de María Leocadia, mi novia de dieciseis años, cuyo tierno amor impedía que me quedase en América, a pesar de lo bien que lo pasaba, y en ese caso lo mejor era cumplir los seis meses de servicio en la Armada y al casarme podría llevarla a bordo, a la misma idea se apuntó Angel. Durante mi servicio militar asistimos a su boda. Debo aclarar que él se casó con su novia de siempre.
Mientras explicaba esto a mis confidentes, el resto de la partida se expandía en la fraternidad nativa y se oía a uno que decía que cuando Franco muriese les íbamos a devolver el oro que nuestros antepasados habían robado "mientras, tómense un trago a nuestra salud." El maderero asturiano que cargaba el barco, antes de que la cosa fuese a peor nos conminó a retirarnos. Desperdigados y dando trompicones todos los expedicionarios fueron apareciendo en el muelle, quedamos en volver al día siguiente, las lumis y el tabernero nos despidieron con especial afecto al borde del pantalán desvencijado.
El niño al que había dado un peso estaba acurrucado en el fondo de mi canoa junto a otro, ambos vigilando la preciada propiedad. Les di los pocos pesos que me quedaban y las gracias por lo bien que hacían su trabajo.
La motora cortaba la bahía llevando a remolque la canoa, haciendo aparecer en el horizonte las luces de cubierta del Eolo, seguras, potentes, mientras las pobres luces de la aldea con su generador de gasolina que petardeaba en un cobertizo junto al lupanar, quedaban pestañeando con la negrura de la noche tropical de fondo.
El Capitán Usatorre se enfadó un poco, pero no demasiado para mi falta de respeto a su autoridad. Estaba contento conmigo porque le hacía reír con mis chorradas y porque mis protestas por la mala calidad de los receptores de Hispano Radio podía solucionarlas con un: "a mal jodedor hasta los pelos del coño le estorban, que dicen en Lekeitio". La verdad no me importaba mucho, pues había pensado desembarcar a nuestra llegada a Pasajes, dispuesto a hacer la mili, para poder casarme con mi amada.
La casa más grande era un lupanar con músicos. Me dejé llevar por el ron y las buenas amistades que hice allí, anochecía cuando estaba ya subido en una mesa recitando a Lorca, "Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios..."
Mis nuevos amigos y la distinguida concurrencia aplaudían. Había una pupila que tenía una de las manos muy pequeñita, como de muñeca, y daba con ella contra la otra mano, que era normal, para aplaudir.
En eso llegaron mis compañeros del barco: Yo subido en la mesa, con una trompa notable y con media docena de lumis y una docena larga de hombres de todas las edades festejándome. En aquel momento decidí que debía casarme, se lo dije a mis amigos y todos nos invitaron a muchas copas.
Vendí dos cartones de rubio que llevaba en un morral y le regalé al dueño del chiringo la botella de Soberano que los acompañaba, Soberano era un brandy del que la publicidad decía que era "cosa de hombres", esa frase encebolló el hígado de muchos adolescentes.
Con la venta solucioné provisionalmente mi falta de recursos económicos. La celebración continuó, y mi popularidad y señorío aumentó, sobre todo con el dueño del cabaré, que no quiso cobrar los tragos de mis compañeros que medio atónitos, medio asustados, empezaban a calcular la retirada.
El bueno del capitán Usatorre los había enviado a tierra con el fletador, que tenía una motora y era asturiano. En un aparte le dijo al Primer Oficial, "busquen a ese loco y tráiganlo a bordo", cuatro oficiales y tres tripulantes se apuntaron a la excursión. A todos se les fue pasando el temor inicial, fundado en el aspecto del pueblo, techos de lata, barro en el suelo y tablas cayendo en las paredes, el aspecto pobre y envejecido de todas las mujeres y algunos parroquianos, dejando paso a una sensación de confianza al calor del ron y la buena acogida.
Mis amigos de copas eran Hernán Estévez Radío, Agregado y Angel Viguera Polo, Segundo Oficial. Les conté lo de María Leocadia, mi novia de dieciseis años, cuyo tierno amor impedía que me quedase en América, a pesar de lo bien que lo pasaba, y en ese caso lo mejor era cumplir los seis meses de servicio en la Armada y al casarme podría llevarla a bordo, a la misma idea se apuntó Angel. Durante mi servicio militar asistimos a su boda. Debo aclarar que él se casó con su novia de siempre.
Mientras explicaba esto a mis confidentes, el resto de la partida se expandía en la fraternidad nativa y se oía a uno que decía que cuando Franco muriese les íbamos a devolver el oro que nuestros antepasados habían robado "mientras, tómense un trago a nuestra salud." El maderero asturiano que cargaba el barco, antes de que la cosa fuese a peor nos conminó a retirarnos. Desperdigados y dando trompicones todos los expedicionarios fueron apareciendo en el muelle, quedamos en volver al día siguiente, las lumis y el tabernero nos despidieron con especial afecto al borde del pantalán desvencijado.
El niño al que había dado un peso estaba acurrucado en el fondo de mi canoa junto a otro, ambos vigilando la preciada propiedad. Les di los pocos pesos que me quedaban y las gracias por lo bien que hacían su trabajo.
La motora cortaba la bahía llevando a remolque la canoa, haciendo aparecer en el horizonte las luces de cubierta del Eolo, seguras, potentes, mientras las pobres luces de la aldea con su generador de gasolina que petardeaba en un cobertizo junto al lupanar, quedaban pestañeando con la negrura de la noche tropical de fondo.
El Capitán Usatorre se enfadó un poco, pero no demasiado para mi falta de respeto a su autoridad. Estaba contento conmigo porque le hacía reír con mis chorradas y porque mis protestas por la mala calidad de los receptores de Hispano Radio podía solucionarlas con un: "a mal jodedor hasta los pelos del coño le estorban, que dicen en Lekeitio". La verdad no me importaba mucho, pues había pensado desembarcar a nuestra llegada a Pasajes, dispuesto a hacer la mili, para poder casarme con mi amada.
Al llegar a Pasajes era sábado, no tenía dinero ni ropa, pues la había cambiado por una canoa, el 2º oficial, Angel Viguera, me regaló un chaquetón viejo y yo pagué sus telegramas, pues me quedé con la caja para los gastos de viaje y enviar la dichosa canoa, a bordo no había ni dinero, ni tabaco, ni whiski, así que cuando le dije al carabinero que desembarcaba y me preguntó que tenía que declarar contesté "un caimán (disecado) y una canoa de un tronco", juro que dentro del caimán no había nada pero el carabinero tampoco miró. Los de la empresa de transportes se ofrecieron a llevarme hasta Pontevedra. Acepté hacer el viaje en camión, pues sabía que aquel febrero estaba siendo pródigo en nieves y me apetecía verlo.
Debo aclarar que Hispano Radio no quebró por mi culpa, envié la caja y las cuentas de la telegrafía al llegar a Pontevedra y conservo el resguardo del giro.
Salimos un domingo de mañana, con un temporal de nieve en toda la península en un febrero gélido, pues Fernando Liste me había aconsejado elegir el turno de Marzo para hacer la mili, por el sencillo procedimiento de pedir la anulación de la prórroga, decía que los seis meses eran más llevaderos en primavera y verano, pues los Oficiales se iban de vacaciones. Y la permanencia en las instalaciones militares era menos penosa. Todo ello era rigurosamente cierto.
Llegamos con el camión a la casa que hoy ocupo y el buen hombre me ayudó a descargar y colocar la canoa y no aceptó ni una invitación a cenar. Después de todos los derrapes, colocar las cadenas, dormir en el mismo cuarto, yo me sentía un poco camionero y ese sentimiento no me ha abandonado. Cuando sea mayor me compraré un camioncito para recorrer mundo.
Señas Personales en 1968:
Cuerpo: Creciendo. Ojos:Castaños. Cejas: Negras. Pelo: id.. Frente:despejada. Nariz: Recta. Boca: Regular. Color:sano. Barba: Sin salir. Particulares: Ninguna.
En fin, nada que ver!!
A Angel Viguera Polo, 2º Oficial en el "EOLO" y Hernán Estévez Radío, Agregado, copartícipes o relatantes de alguna de estas historias y amigos inolvidables.