El segundo balcón de la derecha. Foto de 1977. En 1963 apenas había coches en la ciudad.
En esa época los niños de doce años que íbamos al Instituto, solíamos "repasar" en unas academias que en Pontevedra les llamaban "pasantías". Al salir del instituto solíamos tener media hora para jugar, comprar una granada en la tienda de Juan, o comer un bocadillo de atún con pimiento cuando había disponibilidad económica.
La academia de Don José Buela, llamada Academia Helenes, estaba en el corazón del Casco histórico compartiendo plaza con otra: la Academia Cervantes. En casi todas las plazas había una pasantía. Y en cada una se desarrollaba un grupo de golfos. Debió suceder algún milagro para que todos ellos, pasada la sesentena, puedan ser considerados un ciudadanos normales y estén enteros.
Fueron aquellos años cuando efectuamos el descubrimiento de la pólvora. En las tiendas se vendían petardos y cohetes de poca potencia, pero mis amigos Manolo Barcia, Juanjo Torres y algunos otros tenían inventiva, querían algo más artesanal: Hacer un cañón.
No recuerdo quien, pero alguien trajo pólvora ya mezclada, como un kilo en un cartucho de papel. Con una punta se le hizo al extremo inferior del bastón de un paraguas un pequeño agujero. El orificio donde irían ancladas las ballenas era la boca del cañón. La cureña era un trozo de ladrillo.
Vertimos la pólvora en el tubo de hierro, la atacamos con un palito y a continuación hicimos una bola/bala de papel que atacamos con palalito de nuevo.
Como no nos fiábamos de nuestro armamento decidimos hacer un reguero de pólvora desde el portal donde estaba situado el "cañón" calle arriba , que hoy descubro que se llama Marqués de Aranda, hasta la siguiente esquina. Una cerilla ¡Fuego! La pólvora fue ardiendo hasta la culata del cañón, hizo Pssss y ¡Puf! la bala de papel salió ardiendo hacia lo alto, en perfecto tiro parabólico. La pólvora daba olor de batalla, su humo cegaba la calle. Estábamos eufóricos, saltando por el éxito.
Soy de "prêt a porter". Siguiendo mis malos instintos compré cohetes con el dinero de dos días de bocadillo. Probamos varias experiencias para lanzamientos espaciales y quedaba un cohete.
Subimos a clase y estuvimos un tiempo solos, D. José estaba enfermo, era finales de primavera y hacía calor. El balcón estaba abierto y yo sentado a su lado. Decidí comenzar un ataque al exterior. Un grupo de hombres salía de la taberna de abajo. Encendí el cohete y traté de tirarlo entre los barrotes. Un error de cálculo artillero hizo que el cohete chocase contra uno de ellos y siguiendo una extraña vocación académica, entró en el aula y explotó al lado de una bombilla. El estruendo atrajo a los desocupados, en la clase profesores y alumnos de otras llegaron el tropel, preguntando que había sucedido. Nadie dijo nada. Entró D. José en pijama con bata de casa, creyendo que alguien había disparado a su mujer, pues había oído el estruendo desde la casa de enfrente, donde vivían.
-¿Que pasó aquí?
Me levanté.- Fui yo, tiré un cohete por el balcón y volvió.
Me cayeron dos hostias.
-Recoje tus cosas y vete, quedas expulsado.
Esperé a que saliesen mis compañeros, me preguntaron que iba a hacer, contesté que aún no sabía. Al día siguiente al salir del Instituto no fui a la "pasantía", me fui a casa (4.5 Kmts.) y se lo dije a mis padres. Mi padre me dio otras dos hostias, se montó en la Vespa y fue a pedirle cuentas a D. José del hecho de expulsarme sin decirle nada a él. Al llegar el Sr. Buela le dijo que no se preocupase que estaba readmitido. Y es que ese mismo día apoyados por sus padres ninguno de mis compañeros fue a pasantía y una madre se atrevió a decirle que si no entraba yo no volvía ninguno.
Volví pero nada fue igual, aquel día empecé a ser solidario y continué siendo socialmente peligroso.