Estaba yo en un avanzado estado de antifranquismo joseantoníano, había leído las obras completas de Primo de Rivera y llegado a la conclusión de que los falangistas no podían ser franquistas. Había cumplido dieciséis años y estaba en primer curso de Radio en la Escuela de Náutica de Barcelona, enseñanza libre. Estudiábamos en una Escuela de la Sección Naval de Juventudes en Valencia. La dirigía el Teniente Coronel de Infantería de Marina, D.José Monzó Francés y había un Educador Aurelio Pelejero Martín, al que faltaban el dedo medio y anular de la mano derecha. Presumía de haberlos perdido con la explosión de una granada en la División Azul. Me enteré poco tiempo más tarde que había sido por jugar vertiendo agua en ácido sulfúrico en el laboratorio de los jesuitas. A pesar de que no me gustaba me daba la impresión de que podía llevarme bien con él. Además como ya era un bocazas le manifesté mis convicciones de que el Generalísimo se había aprovechado de los falangistas y su doctrina nacional-sindicalista.
A la vuelta de Valencia a pasar las navidades en Pontevedra, mi padre y yo tuvimos una fuerte discusión sobre el Régimen, yo de joseantoniano y mi padre de escéptico, que si Franco no era más miserable que el resto de los militares y yo que se aprovechó y mi padre me soltó que estaba loco. Al día siguiente mi padre recibió una carta de la Escuela, que en síntesis decía que mi comportamiento en la Escuela era errático, indisciplinado, falto de esfuerzo, que tenía actitudes con mis superiores y preocupaciones impropias de mi edad. La firmaba el Director y mis notas de ese trimestre eran malas.
-Ves: Según el Director de la Escuela tienes preocupaciones impropias de tu edad, lo que yo digo: ¡Estas loco!
-Si el Director, con quien nunca he hablado y tú creéis que estoy loco tendré que ir a donde van los locos. Déjame la carta , iré al siquiatra con ella y él dirá si estoy loco.
Me dio la carta con un: ¡Fai o que queiras!
Estaba en su cartilla del Igualatorio, que era la atención médica de los funcionarios entonces. Cuando alguien se salía de madre se le decía: "Estas como una cabra, ¡Vete a ver a Mato Calderón".
Era un afamado siquiatra en toda la comarca, en las sociedades miserables la enfermedad es como un certificado de buena conducta: "Fucklano esta mal, padece de... y de...", si padecías de más de tres cosas era como si recibieses la medalla al valor.
Estaba en la sala de espera del siquiatra cuando apareció mi padre, le imagino aterrorizado ante la posibilidad de que me encerrasen.
-Déjalo, vamos a casa, no pasa nada, haces el preu y vas a la universidad, no necesitamos tu beca...
Pero la aventura de la consulta siquiátrica, los mares que me esperaban, mantener la rebeldía no era algo a lo que yo quisiese renunciar. Mi padre se volvió a casa muy preocupado y solo.
El siquiatra era un tipo afable, le enseñé la carta, me preguntó que pasaba, yo quería contárselo como en las películas de José Luis López Vázquez, pero no me mandó al diván. Le conté mi discusión con mi padre, la última agarrada con el educador y manifesté mi desconfianza de que el Generalísimo no fuese un traidor a los ideales que decía defender. Escribió en un papel lo metió en un sobre y me dijo que se lo entregase al que había firmado la carta, solo a él.
Lo hice así. La actitud del Director conmigo fue radicalmente opuesta a la que tenía el Educador. Los dos cursos que estuve allí permitieron que llegase a tener una cierta confianza. Un día le pregunté que decía la carta del siquiatra.
-Firmé esa carta a tus padres en el convencimiento de que podías meterte en líos y que tu padre debía saberlo, la idea fue de D .Aurelio y yo la aprobé. El siquiatra decía que yo no tenía autoridad académica ni moral para establecer que preocupaciones son propias o impropias de nadie, que por otra parte dependen del individuo, y que ese tipo de juicios de valor eran improcedentes y arriesgados para tu desarrollo. Hace tiempo que quería decírtelo. Por lo demás estoy de acuerdo con lo que dices de Franco, pero esa no es la manera y deja de hacerlo mientras estés aquí.
No dejé de hacerlo, dejé las Obras completas de José Antonio, pero entré en el proceloso mundo de Wilhelm Reich, Karl Marx y Friedrich Engels.
Ayer leí en el periódico que el Dr. Mato Calderón había muerto a los 86 años. Es por ello que recordé esta historia.
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