viernes, 27 de septiembre de 2013

BILLY EL NIÑO.



1977. Carnavales. Encontraron la dirección del piso que acabábamos de comprar en el bolsillo de uno de los del aparato de propaganda. Cuando secuestraron a Oriol y Villaescusa decidí desligarme de los chicos del PCE(r). Pero mi contacto era un buen muchacho, era maestro (yo no lo sabía, tampoco sabía su nombre, eran todos "Carlos"), y le dí mi nueva dirección por si me necesitaba. Ese papelito fue la causa de mi detención.
Había comenzado mi colaboración con el PCE(r) unos cuatro años antes, a raíz de una conversación con el Piloto de guardia de un barco singapureño: el "Kosmonaut". La teoría era que había que apoyar a la extrema izquierda para que a la muerte de Franco la derecha y la izquierda dialogante fuesen más razonables. Cedimos nuestro piso de alquiler para reuniones y depósito de propaganda, les vendimos muy barato nuestro Citröen 2 CV. Nuestros vecinos creían que éramos contrabandistas, lo que hoy llaman menudeo .
Volvíamos de una comida en Silleda, era domingo. Subimos al niño para acostarlo y yo saqué a la perra, se llamaba Loita, pastor belga. Era de noche, había coches extraños al edificio,  la perra gruñía a unos tipos que estaban rodeando la manzana. Tres de ellos eran muy jóvenes y el otro era mayor, de unos cincuenta años. Todos muy trajeados. Pensé: Esta gente viene a por mi. En el vestíbulo había otros dos hombres leyendo en los buzones. Puse la cara más inocente posible:
-Buenas noches, ¿ puedo ayudarles en algo?.
Uno de ellos tenía en la mano un papel, el impreso que se cubría para hacer el carné de identidad.
-Es él, ¡Es él!, gritó.
-Inmovilice al perro o le pego un tiro.
La perra se abalanzaba. 
-Vamos a registrar su casa.
Tranquilicé a María que les llamó de todo, que era un allanamiento, que ellos eran unos indeseables. El niño que tenía un año, al ver a tanta gente estaba muy contento, la perra seguía intentando lanzarse sobre aquellos hombres que ya habían mostrado sus placas en la escalera. La casa estaba llena de cajas con nuestros enseres, nos mudábamos al piso recién comprado. Lo miraron todo. Encontraron  mi carné del Sindicato Libre de la Marina mercante, un libro los "Atentados contra Franco" recién publicado, los requisaron. Una agenda que en una fecha tenía anotado: Armas 4000. Me preguntaron que significaba, me quedé en blanco, les dije que tal vez tuviese que ver con mi permiso de armas, que aún no había utilizado. Mi mujer señaló una lampara hecha con un cajón, una pistola y una escopeta senegalesas  y dijo con todo el desprecio,
- Esas son las armas y son 4000 francos CFA, que nos estafaron en Dakar, en realidad son viejos tubos de agua.
-Quedan ustedes detenidos.
-¿El niño también?
-Déjelo con alguien...
-Es la una y media de la madrugada, no llevo a mi hijo con nadie, si acaso se va conmigo.
El policía mayor dijo que no saliese de casa, que no usase el teléfono y que al día siguiente dejase al niño y se presentase a las once en Comisaría. 
Estuve esa noche y todo el día siguiente en el calabozo. Por la noche me subieron a una oficina, dos guardias de la Policía Armada me custodiaron un rato. Entró el policía que había estado en mi casa. Detrás un policía de unos treinta años, barrigoncillo y con pelo largo como se llevaba en la época, en mangas de camisa y remangándose:
-Así que este es el caballerete...
-Disculpe, caballerete por las maneras...
No me dio tiempo a decirle "es usted". Se vino agresivo hacia mi. El policía mayor se interpuso y ordenó que me llevasen a los calabozos.
Dos días más tarde me dejaron en libertad por falta de pruebas.
Cuando aprobé las oposiciones de faros en 1978, decían que empezaríamos las prácticas en el Centro Técnico de Señales Marítimas de Alcobendas entre tres meses y un año más tarde. No podía permitirme estar tanto tiempo sin ingresos.  Puse un anuncio en el "Ya": "Joven, con estudios medios, cuatro idiomas, conocimientos de contabilidad y electrónica busca trabajo". Y el teléfono de la pensión.
Solo me llamaron para hacer los cubatas y sumar los tickets de los camareros para un asador en Bravo Murillo "Casa Franco". Con el nombre de "Peña Atlética Tetúan" habían conseguido licencia para abrir un bingo, que junto con el Club Canoe monopolizaban la ludopatía de la zona. Los camareros entraban gritando el pedido, yo se lo preparaba, sumaba mentalmente la comanda, mientras el camarero preparaba los cafés y me hacía un ticket por el total. En los pocos ratos libres sumaba las bandejas de cada camarero. En esas estaba, cuando entró uno de los hermanos-dueños seguido de un hombre al que le asomaba una pistola por la apertura de la chaqueta. Me puse tras una columna que había en medio de la cocina donde preparaba las bandejas, tenía al lado los útiles de cocina. Cuando vi que no había gritos ni sensación de peligro volví a mi puesto. El hombre salió apresuradamente. Cuando salió el dueño me dijo:
- Acaban de  sablearme veinte mil pesetas.
Unos meses más tarde ya había comenzado las prácticas y les dije que no aguantaba el ritmo de las bandejas, que lo dejaba. Me propusieron "ascenderme" a portero. Pensé "Claro, como hablo idiomas". Acepté. Solo tuve un par de peleas.
Un día vi entrar al hombre de la pistola. Pregunté a la recepcionista quien era: 
-Una pena, es un policía  muy famoso le llaman "el Niño". Antes de entrar pregunta si esta su mujer, si está no entra. Debieron hacer un pacto de no jugar. La mujer hace lo mismo.
Estos días,  identifico la foto del torturador de joven con  el "caballerete".

domingo, 15 de septiembre de 2013

PREHISTÓRICOS DEL FUTURO.

Hace una semana fui a una visita de la Asociación de amigos del  Museo Arqueológico de A Coruña a enclaves pre-romanos de la zona donde habito. 
Fui un niño de aldea, nos faltaban tantas cosas que la vida de los prehistóricos era la nuestra. Uno de mis amigos cuando instalaron la radio en su casa me explicó que había unos hombrecillos dentro, hablando y tocando. Yo estaba más preparado, creía que la voz y la música venía por los cables de la luz. Intenté comunicarme con ellos a través del enchufe de la radio. Les expliqué que era un niño que vivía en una aldea y quería hablar por Radio París. Tuve suerte, conservo la lengua y ni siquiera es bífida. Quince años más tarde descubrí las ondas hertzianas y nunca las abandoné, hasta viví de ellas.
Tal vez esta infancia carente de todo, en una Galicia suburbial que podría ser profunda, marcaron mi aprecio por las cosas, creo que tengo demasiadas y no tiro ninguna.
 El garaje esta lleno, es nuevo y está lleno de cosas. Restos de pintura. Pedazos de metal  de construcción,  inventos que tuvieron diverso final. Chapas, aislantes, canoas, remos, salvavidas, defensas del barco que ensucian el casco, televisores viejos, aspiradores, un retrete roto....
Tengo mucha madera que acumular para próximos inviernos, debo ponerla a cubierto, que seque, ¡que mejor sitio que las paredes de un garaje!. 
El viejo garaje de mi padre puede recibir esos materiales que no quiero tirar, por si me valen para otra cosa. Entonces viene la arqueología.
Pienso en una glaciación, su deshielo es tan potente que lo arrasa todo. Ya acabé la leña, los techos se han hundido y me he muerto de frío. Los míos vuelven a África y el deshielo lo arrasa todo. Por la ladera 
donde vivo circulan piedras, arenas y materia orgánica que baja hacia la ría. La Ría de Pontevedra ha vuelto a ser un lago de fango, y en las estructuras arrasadas se depositan todo tipo de arenas, las más gruesas al fondo
 Tres mil años más tarde los arqueólogos de Villavenancia descubren el garaje de mi padre. Excavan y encuentran trozos de red de plástico, restos de una tomatera que eran un proyecto de hamaca. Poliester que no llegué a usar, remos, una máquina de picar carne para hacer chorizos, restos de cerámica para baños y cocinas, una salamandra y sus tubos de salida, ladrillos refractarios de una forja que funcionaba con compresor, hierros que no forjé. Un colchón de muelles que espera que lo queme para aprovechar los muelles. Cañas de bambú para sujetar los tomates, el armario del ajuar de mi madre, una máquina de cortar azulejo, hachas, azadas y martillos sin mango. Hachas, azadas y martillos con mango.
Los arqueólogos están fascinados. Han encontrado su primer asentamiento industrial. 
-"Eran personas muy industriosas, vivían y trabajaban en el mismo espacio, el paleo-suelo esta lleno de restos cerámicos y metálicos. Son similares a los encontrados en las afueras de una ciudad oriental que los nativos llaman Changai. Seguramente esta era una colonia oriental, los restos de nudos de bambú lo prueban."

viernes, 23 de agosto de 2013

TELEGRAFISTAS: JOSE MARIA FERRANDO GINER.



La reunión de Pontevedra,  del 2007, me reportó el placer del reencuentro con Ferrando.
Es un hombre callado, serio, tenaz. Nunca se mete en lios, observa, medita y luego lo cuenta maravillosamente. Reme, su mujer, es pequeña, inteligente y divertida. Viven felizmente instalados en Llosa de Ranes, disfrutando de la jubilación después de muchos años de navegación. Cultiva sus naranjos y tiene de un magnífico aspecto y buena salud. Cuando estábamos en la Escuela era como es. Serio, claro, con la retranca que tenemos la gente del campo.
Vino a Pontevedra en coche, con los Vicedo. Vicedo dice que vino llorando de risa todo el camino, con las historias de supervivencia que Ferrando contaba. Conseguí que me contase estas historias que en los límites de la torpeza sintáctica que me caracteriza, intento transmitiros.
En el curso 68/69 Ignacio Delgado y él habían decidido irse a Barcelona, estudiar por oficial en la Escuela de Náutica y buscar trabajos que les permitiesen sobrevivir y asistir a clase. Reme; su novia -hoy su mujer- compartía el esfuerzo y la vida.
José María e Ignacio se levantaban a las siete de la mañana, compraban la Vanguardia y se ponían a buscar empleo, cogían cuarquier cosa, aunque no tuviesen idea de la faena, pues Ignacio, acertadamente, creía que mientras se instalaban, empezaban a trabajar y los despedían, pasaban por los menos tres o cuatro días y aseguraban la comida y la pensión de otros tantos.
El anuncio decía“Se necesita bailarín”
El truco era estar de primeros en la larga cola de demandantes de empleo. El lugar de la cita, un edificio viejo, donde estaba el despacho de la Cadena Ferrer, propietaria del "Mister Dólar", "New York" y "Escarlet", estaba ocupado por una larga cola de posibles bailarines, Ignacio estaba de primero, Ferrando de segundo, Cuando se abrió la puerta del despacho y dijeron que pase el primero, Ignacio le empujó y él quedó dentro, mirando al señor de la mesa.
-¿Sabe usted bailar?
-Si es agarrado...
-¡Admitido!
Se acabó la selección y le pusieron con el que se marchaba para que le enseñase sus funciones.
-“Empezábamos cuando ya había gente y sacaba a bailar a las chicas para que los clientes no fuesen los primeros y se animasen, entonces yo me retiraba y preparábamos para el espectáculo”
- “El otro y yo teníamos un cartel que ponía: Miss Daisy- todas extranjeras- Taburete y palmera. Colocabamos el taburete y la palmera y cuando se iluminaba el escenario la artista se quitaba piezas de ropa. Otro cartel, Brigitte, Teléfono y sofá. Se apagaban las luces, mientras uno recogía la ropa de Miss Daisy, el otro cambiaba el taburete y la palmera por el teléfono y un sofá”.
Iba en estas cuando Reme dijo:
- Estuvo poco tiempo, ¡pero aprendió mucho!.

domingo, 18 de agosto de 2013

AMPARO LLORENS BOTELLA.

En la Escuela de Av. de Francia,13. VALENCIA. Armando Abelleira Quintela, Amparo Llorens  Botella, José del Valle Puig, Vicente Durán y Feliciano Agraso Romero. Todos navegaron en buques españoles.

Era una mujer grande, de piel blanca y ojos claros, con una miopía que le hacía llevar gafas de culo de vaso. Tenía nobleza de rasgos,  bondad en la expresión y el discurso sencillo, pero a veces enigmático cuando se refería a los "sinvergüensas".
Huyendo del infierno monótono que era la casa de mis padres, buscando mundos que quería conocer y no estaban a mi alcance, aterricé en Valencia con una beca de estancia en una escuela de la Sección Naval de Juventudes donde por necesidades de la oligarquía del Régimen formaban telegrafistas. Era un internado donde estábamos unos cuarenta chicos de diversas procedencias geográficas, entre quince y veinticinco años,  de los estratos más bajos de aquella sociedad. Por supuesto, ninguno se declararía pobre entonces.
 Era el curso 67/68 y el desastre que escribe acababa de cumplir dieciseis años. Había descubierto el antifranquismo de la mano de las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera y eso marcó un poco mi estancia en una institución gobernada por gente afecta al régimen.
Amparo estaba de camarera en aquella escuela. Tendría entonces unos cincuenta años y me adoptó. No sé por qué. El otro adoptado era canario, se llamaba Antonio Trujillo Verona, era guapo, mayor que yo, tenía un gracejo especial, muy cariñoso y volvía locas a las chicas.
Yo era conflictivo, un poco chulo, un niñato en toda regla. Pero aún así, Amparo me contó la historia de su vida que cambió la mía, moldeó mi ideología y mi carácter.
Mi madre valenciana era hija de un armador de pesca que tenía dos bous, naciera en el Cabanyal, fue a la escuela y como muchas jóvenes de su época se hizo enfermera de la Cruz Roja donde empezó a trabajar con un médico que pronto la llevó a su consulta privada. Toda su familia, padres y hermanos eran republicanos. Al iniciarse la sublevación y la guerra civil sus hermanos mayores se alistaron y ella acompañó a su Médico a los hospitales de sangre que la República instaló en los frentes de Teruel, Castellón y más tarde en Valencia. 
Tenía novio, que enfermó de tuberculosis y murió poco después de terminada la guerra. Su padre sin poder sacar los barcos a la mar decidió vender la casa del Cabanyal que le pagaron con dinero de la República cuya serie ya había sido anunciada como no canjeable por el Gobierno de Franco, y aunque el comprador lo sabía, el vendedor no.
Terminada la Guerra, con el resultado conocido, el médico para el que trabajara seis años fue internado en un campo de concentración e inhabilitado para el ejercicio profesional. Uno de sus hermanos emigró a Francia, el otro entró a trabajar de chófer con alguien de la nobleza valenciana, lo cual debió de ahorrarle muchos disgustos y explicaciones. A su padre por la significación política le retiraron el cupo de gasóleo, sin el cual sus dos barcos no salieron más a pescar. Se negó a regalarlos a las nuevas autoridades y tuvieron que ver como se pudrían en la playa de la Malvarrosa. Con los pocos recursos que les quedaban compraron una casa de pescadores en Nazaret, en cuyo cine Amparo encontró trabajo de taquillera después de pasar toda la familia todo tipo de penalidades durante tres o cuatro años. El dueño del cine fue el que le proporcionó el trabajo de camarera y limpiadora en la escuela donde nos conocimos.
 Estas historias, escuchadas en su casa durante fines de semana de los dos años que estuve en Valencia, con paellas maravillosas e innumerables cafés replantearon muchas cosas, pero sobre todo fundamentaron mi devoción por la persona y su entorno. Durante treinta años recalé en Valencia solo por verla. Una vez fui y ya no estaba. En la casa me dijeron cuando me identifiqué, que fuese a casa de Pili, que ella tenía algo para mi: Un sobre con mis fotos de la época, con las de casi todos mis compañeros y las de Amparo durante la guerra, puño en alto, y las que algunos malos fotógrafos le fuimos haciendo cada vez que nos encontramos.
Pili dulce y emocionada me dijo que unos días antes de morir haciendo la compra, Amparo le había dado el sobre y le dijo: Los chicos volverán, dáselo al primero que venga.

lunes, 29 de julio de 2013

¿A que huelen las nubes?

Un inteligente y divertido artículo Cristina Fallarás, con "a" en la primera,  en el Diario.es,  me invita a reflexionar sobre la campaña de las asépticas compresas. Si me preguntasen a que huelen las nubes y yo estuviese en la gloria que es donde se preguntan estas cosas, respondería que huelen a coño. Y es que un mundo sin olor a coño sería un mundo sin aspiraciones.
Cada uno tiene sus propios ritos totémicos, en Galicia somos muy faloides, ponemos falos en las iglesias, en los hórreos - eso sí,  en el otro extremo ponemos una cruz- hasta a hablar le decimos falar. Yo en cambio siempre he sido coñoide, mi adoración al coño me hace poner una representación vaginal en bronce en los extremos de los hierros de las construcciones del mecano que es mi vida. Cuando construyo una barandilla le pongo peces cortando el acero, que dice mi Santa que si le pongo gaviotas parecemos del PP. Entonces la barandilla está llena de coños tumbados. 
Nunca viajé en nube, pero el metro y a veces los aviones no me huelen a coño, me huelen mal. El Poder también, lo contamina todo.

domingo, 28 de julio de 2013

EL TREN.

En el Instituto de Pontevedra estudiábamos mayoritariamente hijos de pobres que querían formar la clase media del país. A algunos nos era más duro que a otros. Terminar las clases y caminar cuatro o cinco kilómetros hasta nuestras casas, o plantar patatas antes de salir a las clases, empezando a las seis de la mañana y acabando a las ocho. Somos una generación de raros a los que nuestros padres decían que seríamos incapaces de tomar las riendas de nuestras vidas, de crear riqueza, de educar a nuestros hijos. Lo hicimos todo y cuidamos de ellos, generamos una sociedad de bienestar que una panda está empeñada en destruir mediante el robo legal.
Un grupo de voluntariosos consiguieron que cincuenta o sesenta alumnos del Instituto que nos desasnó en Pontevedra nos reunamos una vez al año. Nadie presume de objetivos vitales conseguidos, nadie desprecia a los que fueron jóvenes matones y hoy son viejos reflexivos. Contamos como fue el año, los achaques, las jubilaciones y los muertos por la vida y los excesos. Vamos a bailar a un desguace y nos emborrachamos prudentemente.
Este año no hay cena. Entre los muertos del tren había un apellido de nuestra lista, y no era uno de nosotros, que casi sería natural por edad. Era una de nuestros hijos, de los que siguen con nosotros después de carreras y doctorados, de los que pueden viajar, intentan trabajar, llevan bien lo de estudiar y salir, son guapos, saben lo que quieren. Mi amigo de chistes y una noche al año de risas pierde a su hija, pierde treinta años de amor, esfuerzo y cuidados. La pierden los suyos, pero la pierde la sociedad, la hemos perdido todos.
 Cuando una empresa para ahorrar costes no peralta una curva de una autovía, cuando una Entidad Pública de Gestión Privada proyecta una cosa y hace otra con el dinero de todos, que se va perdiendo por el camino, no solo nos estafan, a veces simplemente nos matan. Un abrazo, compañero.

A  M.A.D.

domingo, 14 de julio de 2013

IGNACIO LOMBA MARTINEZ, un guardés que me salvó la vida.

Foto:  http://www.fotocommunity.es/pc/pc/display/22520443. A Guarda. En el Tecla está uno de los asentamientos pre- romanos mejor conservados.


El "CARMEN PILAR" Imagen de Cesar Cadilla Lomba, del grupo FB "Barcos de A Guarda (Pontevedra)"

Cuando dejé de navegar de telegrafista estaba obsesionado por dos cosas: aprender algo de navegación y poder hacerlo en un barco de vela. Las funciones en los barcos son muy estancas, no se enseña a los de otro departamento, el interés de un Radio por cuestiones relacionadas con la máquina, los cálculos náuticos, la carga y los por qués de las cuestiones relativas a otros departamentos, era considerado por sus ocupantes como una especie de intrusión. Así que cuando dejé de navegar y ya con destino en el Servicio de Señales Marítimas compré un libro "Aprendiendo a navegar a vela", que enseñaba más o menos como manejar un "Snipe".
Fui al Náutico de Vigo, tomé las medidas de un Snipe, hice una orza de hierro y encargué una chalana de medidas parecidas,  con algo más de franco-bordo, a un carpintero de ribera de Vilanova de Arousa con cajetín para la orza y un timón parecido al del Snipe.  En un mes tenía barco, por diez mil pesetas compré en el Náutico velas, mástil y aparejo, los herrajes de un timón de Snipe me los vendió en inox uno de los Andrade. Le llamamos "Antares" a la chalana. Como entonces estaba purista decidí no comprarle un motor.
Durante dos fines de semana estuve practicando las enseñanzas del manual en la Ría de Arosa, durante el segundo incluso invité a cuatro personas, las maniobras salían según el libro. Al viernes siguiente decidí salir después de comer de Villanueva de Arosa a Sálvora, era el mes de abril del ochenta y dos u ochenta y tres. A las cuatro de la tarde con un quilo de manzanas, un cartón de ducados, un achicador hecho con una lata de aceite cortada, unos cartuchos hinchables de flotación, un cuchillo senegalés con su funda de cuero, un chaleco salvavidas y un traje de aguas. Salí hacia el SW por el "canal do Vao" donde hoy se encuentra el puente que une la península con A Illa de Arousa. Mi propósito era hacer noche en Sálvora y el sábado entrar en Vigo.
Antes de pasar el meridiano de Cambados ya el viento arreciaba mucho, arrié la mayor. Con el foque a un largo la "Antares" navegaba como un rayo. El viento se empezó a entablar de NE. Pasé rozando la isla para refugiarme en una pequeña cala que entre rocas  se abre al SE del faro. Cuando tesé la escota del foque para entrar en la cala y allí dejar amarrada la chalana, al pie del faro con un rezón, saltó el anclaje del estay, que había atornillado al pincho de la proa. El foque se disparó como un globo, pude cobrarlo a bordo arriándolo y cobrando escota.
Pero el viento me había echado sobre unas rocas que quedan entre aguas  al Sur del Faro, me parece recordar que se llaman los Bajos de la Pegar, donde naufragó el Santa Isabel con más de doscientas víctimas y donde se perdieron otros dos barcos. Son dos rocas gemelas separadas unos seis metros que velan en bajamar. Desmonté el timón y la orza. Monté los remos en los toletes y a favor del viento me colé entre las dos piedras. Las olas ya eran de más de un metro. Intenté remar contra viento pero era inútil. Fue imposible meter el timón en su sitio , las olas no dejaban meter los espigos en los tinteros, desistí e intenté gobernar con un remo, pero las olas y el viento no me permitían hacer un rumbo hacia dentro de la Isla de Ons, intente remar, pero el rumbo que hacía me echaba sobre las costa noroeste de la isla. La "Antares" a la deriva abatía hacia el WSW según mi estima por los faros, a unos dos nudos y medio. La corriente con la vaciante podría tener al menos un nudo en la misma dirección. Teniendo en cuenta todos los factores calculé que tardaría unos dos meses en llegar a la costa sur de Estados Unidos. Reagan en la Casa Blanca y yo sin pasaporte. Encendí un pitillo y pensé que la putada sería que llegase y me hiciesen volver.
 Me puse a hacer una muesca con el cuchillo en el roble del pincho de proa, ya era noche cerrada, el cuhillo no se hundía en la madera ni una décima de milímetro, pretendía amarrar un chicote y asegurar el estay, la muesca impediría al chicote zafarse. Extendí  y trinqué el foque sobre la botavara que aferré a la bancada, tratando de impedir la entrada de agua por la borda. Achiqué el agua que pude, me puse el pantalón de aguas y el chaleco salvavidas. A pesar de estos artilugios cuando venía una ola grande la chalana atravesada se inundaba, achicar, achicar, pelear por mi vida. El viento arreció y se puso del ENE. Durante la noche varios mercantes pasaron muy cerca, la chalana se metía casi de costado con la rompiente de su proa. Cuando les veía les hacía señales con mi linterna: SOS enfocada al puente, veía las luces del interior del puente y la derrota encendidas, tal vez un piloto automático y un Oficial de guardia midiendo las millas que el radar le marcaba hasta Finisterre. La mar iba a más . Pegué un mordisco a una de las manzanas que tenía bajo la popa y encontré al pie del mástil. Las botellas de agua estaban más cerca. Vomité todo enseguida. Seguía achicando el agua que las olas me metían. El día amaneció soleado. Intenté de nuevo hacer muescas en la proa para amarrar el estay, imposible. Pensé que los cuchillos senegaleses no estaban hechos para el roble gallego. Miré el cuchillo y la hoja ponía: Made in Japan. Lo único senegalés era la funda. Si me veo muy mal, me servirás para cortarme las venas, pensé. Me quedaban dos rutas de mercantes más. Mucho menos transitadas, una a cincuenta millas y otra a doscientas, esta última debe tener un barco a la semana, me dije. El viento fue a menos durante un rato, pero al cabo de una hora arreció poniéndose más de norte. Cada media hora achicaba agua, entre veinte y cincuenta litros. Con las manos congeladas la lata -achicador casi se me va por la borda. La amarré a la mano con un trozo de escota. Ya no tenía tiempo más que de achicar el agua que me entraba, breves periodos de descanso, que nunca me dejaron fumar un pitillo entero.
Intenté comer otro trozo de manzana, la mastiqué bien, pero sorbí su pulpa y la escupí, no vomité. Intenté dormir algo durante el día, pero no fui capaz de dormir mas de diez minutos. Me tumbaba en el plan (fondo) de la chalana, para darle más estabilidad, llevaba además la orza metida. Siempre que me quedaba dormido una ola nueva y hermosa llegaba y me empapaba. Seguí achicando toda la noche, me quedaba dormido y despertaba sobresaltado creyéndome en la proa de un mercante. Veía sus luces muy lejos, al Este. Solo era una ola. Pensaba en mi hijo de seis años, en mi matrimonio a punto de sucumbir.  Al amanecer del día siguiente vi una boya con banderines por el Sur, intenté remar hacia ella, la perdí por poco. Cuando hay una boya con banderines debajo hay  un aparejo de deriva, o un palangre. Siempre hay un pesquero que los recoje. Me entró un ataque de ira, debía haber comprado unos remos más grandes, y un motor, y un barco en condiciones o ir a la escuela de vela, o dedicarme a la cría de cerdos. Media hora mas tarde vi  un pesquero cuando la cresta de una ola grande me amplió el horizonte. Me puse en pié agitando los brazos. Inútil. Otra ola más grande casi me tira por la borda. Se me ocurrió meter el chaleco salvavidas rojo en el mástil izándolo  con la driza de la mayor. Lo pensé mejor, trabajosamente me saqué los pantalones del traje de aguas amarillo y los amarre por las piernas a la driza. Los icé.  Pasados unos diez minutos vi que el pesquero de unos veinticinco metros, se atravesaba a la mar mostrando su pantoque de ballena gigante y trabajosamente  cambiaba de rumbo ¡Venía hacia mi!. Cuando dio máquina avante,enterraba su proa en las olas gigantescas, pero me había visto.
Me sentía un campeón, me lanzaron un cabo y lo amarré a la bancada de proa, noté que casi no podía azocar el cabo, mis manos apenas respondían, aún no se hablaba de la hipotermia, morreu no mar ou morreu afogado, además, esas cosas no me pasan a mi. Cuando vino una ola grande y la chalana se puso a la altura del barco salté, pero mis piernas tampoco respondieron y me salvó que las manos ágiles y fuertes de dos marineros agarraron el chaleco salvavidas, la chaqueta de aguas y un brazo, quedé suspendido en el costado y me izaron en voladas dejándome en la cubierta. Di las gracias y me dirigí al puente, antes de decir una palabra el Patrón me preguntó:
-¿E lojo, a qué andas?.
 Me acordé de la historia de un náufrago, que recogido en una colchoneta hinchable en medio del Atlántico, tras partirse en dos su velero al ser preguntado pos sus salvadores: ¿Que hace aquí? contestó: Vendo biblias. Cosas de la mente. Contesté lo mismo.
-¿Estás ben?¿ Que queres? Preguntó con el acento peculiar de A Guardia.
 - Un güisqui.
-Juisqui non temos, temos Sansón.
-Pois un Sansón.
Me trajeron un Sansón con galletas que devoré. Las vomité en menos de un minuto.
Me identifiqué, pedí llamar por la costera al Faro para que avisasen a mi mujer y al Servicio que estaba bien.
Cogió el teléfono mi mujer. Le dije que había tenido un percance, pero que estaba bien.
-Que,¿Ya la montaste?.
-Pues si, estate tranquila. Hay mucha mar y tardaremos ....- el patrón enseñó dos dedos- dos días.
Tardamos tres.
Me llevaron a una litera y me arroparon, eran seis o siete hombres, todos mayores que yo y muy curtidos .El barco se llamaba "CARMEN PILAR". Habían acabado la licencia para pescar merluza en el banco sahariano y aprovechaban para pescar en aguas españolas, en las noventa brazas. Estábamos a unas treinta millas al oeste de Cíes. Yo creía que estaba más al Sur y no tan al Oeste. Estuvimos  dos días a la capa  antes de poder recuperar el aparejo. Los pasé durmiendo. Nos dejaron a la Antares y a mi en Vigo.
Durante algunos años seguí en contacto con  Ignacio Lomba, el patrón del CARMEN PILAR.  Siempre que podía acercarme a la Guardia iba a verle. Últimamente pasaron demasiadas cosas y demasiados años. Fui hace unos días. Me dijeron que había muerto.

Dedico esta historia a Manuel Otero, marino meticuloso y ordenado. Nunca le sucederá algo así.