Con el sudor las gafas me caen hasta la mitad de la nariz. Estoy de peón caminero, haciendo un paso entre el garaje y el huerto, es un camino de metro y medio de ancho, construido con escombros de mis ruinas y empleando el método de tierra estabilizada que me enseñó hace treinta años Joaquín Colunga, un Ingeniero de Caminos. Para darle más resistencia al nacimiento de vegetación no deseada empleo una capa de hormigón.
El hormigón es un elemento agresivo, se te tira. Se me pega en las gafas, en la ropa, y acaba escribiendo esta chorrada en una transfusión mano-ordenador.
Saltó de la hormigonera a mi en gotitas, una se posó en un cristal de mis gafas, permitiéndome gozar de su estructura. Pero no estoy solo. Dos moscas volaron hacia mi gota de hormigón. Por su actitud cameladora intentaban follársela. Realmente es una gota atractiva.
He convocado al consejo científico, por las dudas que me asaltan al respecto:
1.- ¿Es posible que las moscas sean intuitivas y al acercarse a mi calculen un cadáver huevera?
2.- ¿Querrán las moscas interpretar un nuevo papel biológico, moscas acorazadas, más duras aún que las moscas cojoneras de los caballos?
3.- ¿Será que el mes de septiembre las vuelve gilipollas y confunden una gota de hormigón con la mosca reina de las fiestas de otoño?
El consejo científico lleva dos horas discutiendo mis propuestas, creo que son de Podemos.Yo sigo con el hormigón.
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